Fue Montesquieu quien ya detectó la importancia crucial que reviste el medio físico en el desarrollo económico de una región. El clima y la geografía ofrecen a la vez oportunidades y limitaciones que van más allá de lo inmediato. La Mallorca turística, por ejemplo, se ha beneficiado tanto de unas temperaturas excepcionales a lo largo del año como de una localización geográfica privilegiada, que permite estar a dos horas de vuelo de la mayoría de las grandes capitales europeas. Pero, si ensanchamos nuestra mirada y nos adentramos en el pasado, comprobaremos que los recursos de nuestra isla jamás posibilitaron la autarquía, lo que -junto con el comercio marítimo- hizo que Mallorca fuese históricamente una economía abierta, necesitada del comercio para subsistir y crecer. Dicha limitación geográfica facilitó -si tenemos en cuanta los estándares españoles de la época- un aceptable desarrollo de nuestro tejido industrial en el siglo XIX y primeras décadas del XX, que se apoyaba sobre todo en los bajos costes de la mano de obra y en la notable especialización artesanal de los trabajadores. Sectores como el agroalimentario o el químico-jabonero fueron decisivos en la isla, al igual que -ya a inicios del siglo pasado- el sector textil y, en especial medida, el cuero y el calzado. A partir de la década de 1960, con el empuje del turismo y la posterior liberalización de la economía española, la industria tradicional mallorquina empezó a renquear, iniciándose un acelerado declive en beneficio del sector servicios. Algunos catedráticos como Carles Manera han reflexionado con agudeza acerca de la relevancia de este know-how industrial e inversor de cara al despegue del turismo, frente a otras regiones del Mediterráneo que carecían de esta cultura comercial.

La realidad es que, metidos ya en la arena de la globalización, Mallorca se ha convertido en una potencia turística, a la vez que sufre todos los riesgos del monocultivo. Una economía saludable no se mide sólo por lo que marcan las estadísticas de renta per cápita o de empleo, sino también por su grado de diversificación. Un tejido industrial potente permitiría depender menos de los servicios, además de incrementar la oferta de puestos de trabajo cualificados y de mayor estabilidad. Y los números, en este sentido, no son buenos: a pesar de que en los últimos quince años la economía balear ha crecido un 18 %, la industria sólo se ha incrementado un 4,7 %. Para ser más precisos, en estos tres últimos lustros, la industria manufacturera ha caído un 27 % y, a día de hoy, apenas pesa un 3,4 % en la economía de nuestro archipiélago. Son datos malos que sería urgente corregir.

La última noticia negativa que hemos conocido esta semana es el cierre de la planta embotelladora que la multinacional Pepsi-Cola tenía en el Pont d´Inca. No se trata de un hecho aislado, sino que se suma a la clausura en 2014 de la de Coca-Cola, o al cierre el año pasado de la fábrica de Bimbo. Por supuesto, las grandes corporaciones -que se deben principalmente a sus accionistas- se encuentran en su derecho de tomar estas decisiones, tan dolorosas desde el punto de vista social, pero cabe preguntarse qué podrían haber hecho mejor nuestras instituciones para frenar la actual desertificación industrial y evitar el cierre de empresas tan emblemáticas. Sin ir más lejos, hace apenas un mes la Fundación Impulsa elaboró un informe con algunas de las carencias que afectan a nuestras empresas manufactureras, donde se proponía un decálogo para recomponer el tejido industrial, con medidas que van de incrementar la inversión tecnológica a mejorar la cualificación de la mano de obra o intensificar la presencia internacional de los productos fabricados en Mallorca. La globalización ofrece grandes oportunidades y estas deben ser aprovechadas a partir de la especialización actual que pasa en gran medida por la potencia del sector turístico. Es importante en definitiva que, más allá del vértigo provocado en estos últimos años por el aumento ininterrumpido del número de visitantes, el Govern balear sepa impulsar una política inteligente que beneficie la proliferación de start-ups de carácter industrial y afiance una correcta diversificación de la economía.