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El declive de Podemos

En las elecciones generales de 2016, Podemos obtuvo el 21,1 % de los votos y 71 diputados, con 5.050.000 votos y una participación en el conjunto del Estado del 66,n las elecciones generales de 2016, Podemos obtuvo el 21,1 % de los votos y 71 diputados, con 5.050.000 votos y una participación en el conjunto del Estado del 66,48%. En las elecciones autonómicas catalanas, la coalición CatComú-Podem obtuvo 326.000 votos, el 7,45% de los emitidos.

La encuesta de Metroscopia para "El País" recientemente publicada otorga a Podemos un 13% de los votos. La de GAD3 para "ABC" concede a la formación morada 3.611.000 votos, el 14,7% del total, y entre 42 y 44 escaños.

En las elecciones generales de 1996, Izquierda Unida, con Julio Anguita al frente, consiguió 2.640.000 votos, el 10,54%, y 16 escaños.

Los datos anteriores permiten constatar el declive de Podemos, marcado en lo ideológico por un aparatoso y doble desplazamiento desde la transversalidad a la extrema izquierda, y desde el pragmatismo populista al radicalismo propio de su nueva ubicación. Lógicamente, esta traslación ha supuesto una purga interna de considerable intensidad: han sido desplazados de la dirección quienes apostaban por aquella transversalidad y por el consiguiente moderantismo. El golpe de mano de Iglesias ha supuesto la defenestración de Errejón y Bescansa (con todo su hemisferio detrás).

El populismo, con su carga inevitable antisistema, nace y se desarrolla en momentos críticos en el seno de sociedades muy golpeadas por una coyuntura que ha irrumpido dramáticamente sobre un ámbito de tranquilidad y bienestar. En el caso español, la doble o triple crisis irrumpió cuando aquí se nos vendían discursos traicioneros sobre el fin de la historia, los ciclos largos de Kondratief y poco menos que la paz perpetua€ Y el hundimiento del país trajo consigo no sólo efectos materiales evidentes sino también una gran frustración intelectual, así como una tremenda irritación hacia quienes habían fracasado en la conducción del país -los últimos gobiernos— y habían sido incapaces de paliar o prevenir la catástrofe.

En aquel momento, cuando el paro había subido en meses hasta cotas superiores al 20% y el proceso económico se había desplomado, cuando los jóvenes veían alejarse hasta confines insondables todas sus aspiraciones, irrumpió Podemos con Pablo Iglesias al frente. Nos decía que conquistaría el cielo con las manos y lo pondría a nuestros pies, tras haber arrumbado a los ineptos que nos habían lanzado al precipicio. Lógicamente, tuvo mucha audiencia. Quienes ya no tenían nada más que perder por el fracaso del sistema tan sólo podían aspirar a que se instaurase un sistema distinto en que ellos también tuviesen cabida. En esto consistió el milagro.

En las elecciones de 2015, Podemos logró 5.189.000 votos con el 20,66% de los votos (además, Izquierda Unida consiguió dos escaños más, con 923.000 votos). No era una victoria, pero había material para defender aquellas posiciones originales con ilusión. Entonces fue cuando Iglesias perdió el tino. Primero, se negó a secundar un gobierno encabezado por el socialista Pedro Sánchez, con lo que consolidaba objetivamente la continuidad de Rajoy. Y después, por consejo de Anguita, decidía pactar con Izquierda Unida, con lo que abandonaba la estrategia emprendida y se confinaba en un nicho poco transitado€ que tiende a reducirse de tamaño a medida que mejora la economía. En las elecciones de 2016, sucedió lo que algunos (pocos) previmos: la suma de Podemos e IU perdería un importante caudal de votos. Un millón. Y, con posterioridad a aquel garrafal error, el declive continúa: hoy, Podemos es apenas un poco más de lo que fue Izquierda Unida en los tiempos brillantes de Anguita. Una fórmula que sólo tiene sentido si se formula con dosis de utopía y que soporta mal la bonanza, el pleno empleo, la reducción de las desigualdades, etc.

Las encuestas reducen la clientela de Podemos a poco más de tres millones de electores. Anguita consiguió en día 2,640.000, también en momentos de crisis económica. No andan lejos los podemitas de aquel récord, que es el suyo. Porque, con el declive, los jóvenes cachorros han perdido el glamour con que irrumpieron. Y eso no se recupera nunca.

48%. En las elecciones autonómicas catalanas, la coalición CatComú-Podem obtuvo 326.000 votos, el 7,45% de los emitidos.

La encuesta de Metroscopia para "El País" recientemente publicada otorga a Podemos un 13% de los votos. La de GAD3 para "ABC" concede a la formación morada 3.611.000 votos, el 14,7% del total, y entre 42 y 44 escaños.

En las elecciones generales de 1996, Izquierda Unida, con Julio Anguita al frente, consiguió 2.640.000 votos, el 10,54%, y 16 escaños.

Los datos anteriores permiten constatar el declive de Podemos, marcado en lo ideológico por un aparatoso y doble desplazamiento desde la transversalidad a la extrema izquierda, y desde el pragmatismo populista al radicalismo propio de su nueva ubicación. Lógicamente, esta traslación ha supuesto una purga interna de considerable intensidad: han sido desplazados de la dirección quienes apostaban por aquella transversalidad y por el consiguiente moderantismo. El golpe de mano de Iglesias ha supuesto la defenestración de Errejón y Bescansa (con todo su hemisferio detrás).

El populismo, con su carga inevitable antisistema, nace y se desarrolla en momentos críticos en el seno de sociedades muy golpeadas por una coyuntura que ha irrumpido dramáticamente sobre un ámbito de tranquilidad y bienestar. En el caso español, la doble o triple crisis irrumpió cuando aquí se nos vendían discursos traicioneros sobre el fin de la historia, los ciclos largos de Kondratief y poco menos que la paz perpetua€ Y el hundimiento del país trajo consigo no sólo efectos materiales evidentes sino también una gran frustración intelectual, así como una tremenda irritación hacia quienes habían fracasado en la conducción del país -los últimos gobiernos— y habían sido incapaces de paliar o prevenir la catástrofe.

En aquel momento, cuando el paro había subido en meses hasta cotas superiores al 20% y el proceso económico se había desplomado, cuando los jóvenes veían alejarse hasta confines insondables todas sus aspiraciones, irrumpió Podemos con Pablo Iglesias al frente. Nos decía que conquistaría el cielo con las manos y lo pondría a nuestros pies, tras haber arrumbado a los ineptos que nos habían lanzado al precipicio. Lógicamente, tuvo mucha audiencia. Quienes ya no tenían nada más que perder por el fracaso del sistema tan sólo podían aspirar a que se instaurase un sistema distinto en que ellos también tuviesen cabida. En esto consistió el milagro.

En las elecciones de 2015, Podemos logró 5.189.000 votos con el 20,66% de los votos (además, Izquierda Unida consiguió dos escaños más, con 923.000 votos). No era una victoria, pero había material para defender aquellas posiciones originales con ilusión. Entonces fue cuando Iglesias perdió el tino. Primero, se negó a secundar un gobierno encabezado por el socialista Pedro Sánchez, con lo que consolidaba objetivamente la continuidad de Rajoy. Y después, por consejo de Anguita, decidía pactar con Izquierda Unida, con lo que abandonaba la estrategia emprendida y se confinaba en un nicho poco transitado€ que tiende a reducirse de tamaño a medida que mejora la economía. En las elecciones de 2016, sucedió lo que algunos (pocos) previmos: la suma de Podemos e IU perdería un importante caudal de votos. Un millón. Y, con posterioridad a aquel garrafal error, el declive continúa: hoy, Podemos es apenas un poco más de lo que fue Izquierda Unida en los tiempos brillantes de Anguita. Una fórmula que sólo tiene sentido si se formula con dosis de utopía y que soporta mal la bonanza, el pleno empleo, la reducción de las desigualdades, etc.

Las encuestas reducen la clientela de Podemos a poco más de tres millones de electores. Anguita consiguió en día 2,640.000, también en momentos de crisis económica. No andan lejos los podemitas de aquel récord, que es el suyo. Porque, con el declive, los jóvenes cachorros han perdido el glamour con que irrumpieron. Y eso no se recupera nunca.

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