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El ingenuo seductor

Facebook ha muerto

El pasado miércoles estrené "Black Apple y los párpados sellados" en el Teatro Español. Les aseguro que no todos los días escucha uno sus palabras en uno de los teatros más antiguos del mundo. Era tal mi emoción ante ese instante que canalicé todo ese sentimiento hacia mis redes sociales. Todo muy siglo XXI. "El público está hoy pintado", dicen los actores cuando la audiencia no reacciona a lo que está sucediendo en la escena. Pues eso me pasó a mí. Anunciaba mi emoción ante ese hecho y apenas recibía dos 'me gusta', sin mayor interacción.

Entonces, planteé la pregunta: ¿Facebook ha muerto o es que a vosotros os importa una mierda lo que me suceda? Fue en ese momento cuando leí que la mayoría de mis amigos en redes apenas entraban en Facebook, que los contenidos de las personas que más les interesaban apenas aparecían destacados en su muro. Comprendí que, tal vez, la gran red social estuviese agonizando y empecé a buscar razones.

Desde que Marc Zuckerberg comenzó a jugar con los algoritmos en la red social, ya no hay nada de social en la red. Nuestro muro es solo un reflejo de lo que unos indicadores conjeturan que somos y que nos gusta. Todo empezó en 2009, con aquellas famosas 'búsquedas personalizadas' de Google. A partir de ahí, todo lo que buscásemos en la red, las páginas en las que entrásemos, las compras que hiciésemos, los 'me gusta' que pulsásemos, los videos que viésemos,? estaban creando un retrato robot de quienes éramos para, así, poder comercializar con nosotros sin pudor. Si no pagas por algo, no eres el cliente, sino el producto que se vende. De cómo la era de la personalización acabó por convertir la red social en un lugar desangelado e impreciso.

En 2006, publicábamos miles de millones de actualizaciones en Facebook. Desde una reflexión a un cotilleo pasando por un rumor. La empresa nos animaba a hacerlo porque cuanta más información les aportásemos sobre nosotros mismos, mejor sería nuestra experiencia. El propio Zuckerberg decía: "generamos más noticias en un solo día que cualquier otro medio de comunicación en toda su existencia".

El factor con el que jugaba Zuckerberg era la irreversibilidad. Que los usuarios estén tan involucrados en su red social que no cambien, aunque existan espacios más libres, con menos censura y más respetuosos con nuestra información. Ahora, cuando noto en los usuarios un hastío hacia una red social con la que apenas se identifican, llena de banners publicitarios, sepultando los contenidos que a ellos no les resultan rentables, plagada de noticias falsas y, no lo olviden nunca, con un criterio moral absolutamente estadounidense (el de un país que tiene muy en cuenta a la Asociación del Rifle, aunque tengan noventa y tres muertos al día por armas de fuego, pero censura con ira divina un desnudo humano), va Zuckerberg y cambia de nuevo el algoritmo. Ahora, cuando empleamos Facebook como agenda de cumpleaños, la red social quiere recuperarnos. Eso anunciaron esta semana. Volverá a priorizar los contenidos de amigos y familiares, las interacciones humanas, porque ahora que controla el tráfico, quieren cobrar por difundir. Pereza infinita.

Los algoritmos de la red, las búsquedas personalizadas, tienen una responsabilidad mayúscula en hechos históricos como el ascenso de Donald Trump, la proliferación de noticias falsas o la ola de puritanismo que nos invade. Facebook, como otros almacenes de información, tiene competencia en el flujo de información que reciben sus usuarios y en la moral que pretende imponer. Si somos más sectarios, más conservadores, también es gracias a ellos. Su política de persecución de los desnudos humanos, por ejemplo, ha llegado a un punto digno de ser novelado por Margaret Atwood. Criminaliza el desnudo, lo pornifica, como si estuviésemos en el siglo XVI. Y eso es solo una parte del problema.

No sé si la noticia que Zuckerberg ha lanzado esta semana sacará a Facebook de su letargo. Por lo que a mí respecta, estoy buscando otro lugar en el que comunicar, reaccionar, interactuar y sentirme más libre. Quizá ese lugar sea la vida real, quién sabe. Pero de lo que cada vez estoy más convencido es de que si Facebook no está muerto, tal vez ha llegado el momento de cargárnoslo.

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