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Joaquín Rábago

360 grados

Joaquín Rábago

Responsabilidades

Sobre la no asunción de responsabilidades y los efectos del separatismo catalán en el resto de España

Se habla mucho estos días de asunción de responsabilidades después de que el director general de tráfico decidiera cobardemente culpar a los conductores del caos provocado por las nevadas en las autopistas.

En este país, donde se nombra muchas veces a los cargos políticos no teniendo en cuenta su competencia o capacidades, sino por simple y llano amiguismo, que alguien asuma responsabilidades es como pedir peras al olmo.

Y cuando hablamos de responsabilidades, no queremos decir únicamente reconocer el error y pedir perdón a los ciudadanos, que ya sería en sí un gran progreso, sino también obrar en consecuencia: es decir presentar la dimisión.

Pero en lugar de eso, vemos cómo muchos prefieren echar balones fuera e incluso, si se ven acosados, llegan a comportarse de manera chulesca como si fueran dueños del cortijo en lugar de nuestros servidores.

Otro tanto sucede en las tan tardías comparecencias en el Congreso de los ex ministros relacionados con la crisis financiera, que tanto ha costado y nos seguirá costando a los ciudadanos.

Escuché el otro día en un programa radiofónico elogiar al ex ministro socialista de Economía y Hacienda Pedro Solbes por haber tenido la "valentía" de reconocer al menos ahora sus errores de entonces.

Errores como el de haber asegurado que España no se vería afectada por la crisis de las hipotecas basura en Estados Unidos y haber insistido en cambio en la solvencia y solidez del sistema financiero español de entonces.

Decían algunos de los periodistas que, a diferencia de otro compareciente en el Congreso, el popular Rodrigo Rato, que había aprovechado su intervención para un "ajuste de cuentas" con el Gobierno, la de Solbes ayudaría al menos a no repetir pasados errores.

El problema no es ya que esos errores no hayan tenido consecuencias para sus responsables y sí en cambio - y muy graves- para millones de ciudadanos, sino que además no va a impedirse su repetición mientras se siga arando con los mismos bueyes.

Y aquí, hay que decirlo, pocas cosas por desgracia han cambiado desde el punto de vista de la regeneración democrática. Es cierto, eso sí, que algunos políticos se han visto imputados por corrupción e incluso algunos - los menos- han tenido que pasar por la cárcel.

Pero el PP sigue donde estaba, sin que su máximo responsable haya asumido en ningún momento la mínima responsabilidad en los interminables casos de corrupción en los que el partido que nos gobierna está involucrado.

Y muchos ciudadanos, impermeables por lo visto a esas acusaciones, siguen otorgándole su confianza. Es cierto que desde la alocada intentona independentista catalana, el PP ve cómo Ciudadanos, un partido de clara ideología neoliberal y centralista sin complejos, le gana cada vez más terreno.

Y es que si un efecto ha tenido el separatismo catalán en el resto de España ha sido sin duda una derechización del electorado, que interpreta cualquier intento de mediación con Cataluña como una claudicación.

Ciudadanos es sin duda quien mejor ha sabido jugar allí sus cartas. La acomplejada indefinición de los socialistas terminó pasándoles factura. Y los intentos contemporizadores de En Comú/Podem no podían sino fracasar en tan polarizado contexto, además de perjudicarlos en el resto del país.

Mientras tanto, el problema desborda el caso catalán: la izquierda, fiel a sí misma, se fragmenta y se pelea, y sus electores se sienten cada vez más huérfanos y desmotivados.

De seguir así las cosas, parece que en este país tenemos derecha para rato: ya sea la de siempre del PP o la más moderna y sin complejos de Ciudadanos. O, lo más probable, las dos juntas, gobernando.

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