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Ritos de paso

"Dialoguen, por favor"

Seguramente nadie recordará -amnésico país- cómo se saltó el guión la periodista Gemma Nierga al final de la manifestación de protesta por el asesinato del socialista Ernest Lluch, en noviembre del año 2000. Le dijeron de todo menos bonita. Gemma, mi/nuestra añorada voz esencial y bella de las ondas hertzianas y digitales, dijo, "y en castellano para que me entiendan todos," después de leer el manifiesto unitario pactado en catalán: "Estoy convencida de que Ernest, hasta con la persona que lo mató, habría intentado dialogar; ustedes que pueden, dialoguen, por favor". Cuentan las crónicas que Nierga, "leyó la declaración institucional, tal y como estaba previsto, hasta que al final abandonó el guión para reclamar diálogo. La petición de la periodista fue acogida con un cerrado aplauso de los ciudadanos que habían llegado a la plaza de Catalunya."

Otros tiempos y otros motivos, desde luego, y todas las comparaciones son odiosas, incluso esta. Pero la actual situación con, de, para, según y tras Cataluña, no se sostiene, no tiene más recorrido de crispación y malentendimiento salvo que queramos sufrir cosas más graves: todo es susceptible de empeorar. Las apelaciones cerradas y motivadas al cumplimiento de la ley por parte de unos, las torticeras y casi infantiles, por no decir tragicómicas lamentaciones, desde unos sentimientos democráticos a la carta por parte de otros, solo han servido para romper almas, generar enemistades, dividir una sociedad, muy bien construida hasta la fecha, en dos mitades irreconciliables. Por eso he traído aquí a Gemma Nierga y su impertinencia pertinente que dejó pasmado al entonces presidente José María Aznar: "dialoguen, por favor." Los ciudadanos de a pie no estamos obligados a entender de leyes, de derechos históricos ni histéricos, de supuestos agravios y desprecios seculares. Los ciudadanos de a pie tenemos derecho a vivir lo mejor posible porque somos libres y, además, pagamos impuestos que, entre otras cosas, cubren los salarios de nuestros representantes políticos cuya misión no es liar las cosas sino desfacer entuertos. No se pueden poner condiciones al diálogo, desde luego, pero sí reconocer que cada parte tiene una postura de salida inicialmente irrenunciable pero sobre la que tendrá que ceder para pactar. Así de sencillo pero así de complicado para la generación de políticos más inepta de nuestra historia reciente.

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