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Debajo del malestar

El cóctel incendiario que bulle en la sociedad iraní y las dudas sobre su combustión espontánea

Irán lleva casi una semana agitado por intensas y cada vez más violentas protestas, saldadas con más de una veintena de muertos y cientos de detenciones en decenas de localidades del país. Es la ola de disturbios más fuerte desde la "revuelta verde" de junio de 2009, en la que miles de personas protestaron por la reelección, que estimaban fraudulenta, del presidente ultraconservador Ahmadineyad. En aquella insurrección, la fracción del régimen considerada reformista se enfrentaba al inmovilismo del Líder Supremo, Alí Jamenei, y de la Guardia Revolucionaria, pilares de la ortodoxia.

Sin embargo, esta revuelta parece diferente. Primero, porque no se le conocen líderes, lo que ha llevado a aplicarle el adjetivo de espontánea y a explicar que se propaga gracias a móviles y redes sociales, bloqueadas por el Gobierno hace tres días. Después, porque su epicentro no está en Teherán sino que, tras arrancar en Mashad, la segunda ciudad del país y feudo de Jamenei, se ha extendido por ciudades más pequeñas de todo el territorio. En tercer lugar, porque su lema ("Pan, vivienda, libertad") remite al malestar ante la creciente degradación de las condiciones económicas soportada por la población iraní.

Los manifestantes se quejan del coste de la vida -con alquileres que se llevan hasta el 50% de los ingresos-, de retrasos en los pagos de los salarios, del elevado desempleo, de fraudes bancarios que volatilizan ahorros y de la corrupción endémica de un régimen próximo a cumplir cuatro décadas y que declara admirar al neoliberalismo. Sin olvidar, sería error grave, las críticas a la presencia iraní en los grandes focos bélicos regionales (Siria, Irak, Yemen).

Un cóctel muy inestable, y de gran parecido con el sustrato de la primavera árabe, al que sólo hacía falta echarle una cerilla para verlo explotar. Lo cual vuelve inevitable preguntarse por la filiación de la mano incendiaria, que tanto ultras como moderados y reformistas iraníes sitúan en el extranjero.

Los expertos en entresijos iraníes denuncian que mirar afuera da alas al régimen y prefieren apuntar a la ultraortodoxia del Líder Supremo, en lucha con el moderado presidente Rohani, a quien se culparía de no lograr el despegue económico prometido y de no extraer buenos réditos al acuerdo nuclear de 2015. Esta interpretación no descarta que la revuelta provoque una represión creciente y acabe maniatando a Rohani.

¿Con qué fin? Todo indica que con el de presentar las filas prietas a la creciente presión que el eje EE UU-Israel-Arabia Saudí ejerce sobre Irán, plasmada en la reciente crisis de Líbano, en las exigencias de un repliegue militar de Teherán y en las renovadas amenazas de sanciones lanzadas por Trump. Curiosamente, es en este eje donde rastrean pirómanos los analistas que prestan más atención al tablero geopolítico que a la entraña iraní. Tal vez se equivoquen, pero la represión justificaría más sanciones y, a estas alturas, la lista de revueltas espontáneas cuyo hilo conductor lleva a las cloacas de la Casa Blanca y el Mosad es nutrida. Al menos tanto como las filas de iraníes descontentos.

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