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Norberto Alcover

En aquel tiempo

Norberto Alcover

2018: Tiempo de Francisco y de Merkel

Pienso que Francisco y Merkel son los dos personajes más relevantes de cara al inmediato 2018 europeo y puede que también mundial. Trump, Putin y Ling Piao, entre otros, tomarán las grandes decisiones internacionales, pero desde un punto de vista moral y ético, serán Francisco y Merkel quienes renueven su magisterio en los más importantes órdenes de la vida. Todavía más en concreto, Francisco persistirá en la defensa de los descartados de la historia, todos esos hombres y mujeres a los que hemos descartado los demás porque fastidian nuestras egoístas expectativas. Y los defenderá en cualquier sitio, como ha hecho en Bangladesh y Myanmar. Mientras nosotros ponemos el grito en el cielo, este papa viaja hasta el epicentro de la ignominia humana y demuestra que existe un problema y que solamente el apoyo internacional puede resolverlo. En el caso de Merkel, y por parecidas inquietudes interiores, persistirá en una política solidaria con los inmigrantes y refugiados, aunque en este caso tenga que lidiar con la socialdemocracia de un indeciso Shultz. Y de esa lidia, de paso, Europa saldrá beneficiada o perjudicada.

Precisamente cuando en los países excomunistas amanecen tentaciones totalitarias de nuevo cuño. Este discreto habitante vaticano y la no menos discreta líder alemana significan la persistencia de nervaturas morales y éticas en el corazón del mundo y de la Iglesia, que es Iglesia en, para y desde el mundo. Repito que desde el Capitolio surgirán ordenanzas desconcertantes por absurdas, desde Moscú no cesará el neoimperialismo del pequeño y bravucón zar, y desde la China infinita el nuevo timonel aumentará, si es que puede, su influencia de potencia absoluta. Es cierto. Pero el "espíritu de 2018" reside en el hombre de blanco y en la mujer del traje de chaqueta siempre igual. Habrá que seguirles.

Hemos llegado a un límite sin retorno en casi todo, y Naciones Unidas no soporta tantas responsabilidades en función de los posibles vetos que se producen en su seno. Es un tanque con la pata quebrada. Y por lo tanto, determinadas personas tiene que echarse a sus espaldas la defensa de principios que la misma Carta de la ONU defiende y que sus miembros destruyen sin miramiento alguno. Francisco, sin capacidad militar alguna y con muchas limitaciones en el ámbito político, es una voz que debe seguir sonando desde la proclamación del Evangelio, y Merkel, con regular capacidad militar pero enorme peso político en función de su eficacia económica, es capaz de recordar puntos de vista innovadores en las relaciones mundiales, sobre todo europeas. Ninguno de los dos actuará como un "antisistema" al uso, que resultan cansinos en su afán demoledor y su carencia de alternativas para los problemas objetivos. Seguramente sean posibilistas y opten por el mal menor, pero tienen unas antenas internacionales perfectas para comprender dónde se juega el futuro de la humanidad y cuáles son los botones, nunca rojos, que deben apretarse. Uno de los cuales es el de la austeridad de los países desarrollados y occidentales.

Insistimos en los planes del papa Francisco, la única autoridad intelectual reconocida en el planeta. Y por lo tanto, productora de sospecha, de reticencia y de crítica malsana en tantos círculos civiles, liberales y religiosos. Francisco tiene un objetivo que atraviesa todo su pontificado: rehabilitar el núcleo eclesial romano, que es la curia vaticana. La verticalidad de la Iglesia aconseja descentralizar tal organismo, por otra parte necesario dada la mundialidad de los católicos, poniendo en manos de las conferencias episcopales nuevas responsabilidades, incluso de las diócesis. Y muy especialmente en su dimensión económica. Francisco pretende mucha más transparencia y una gran deslocalización vaticana. Y algunos operan en contra suya. Descaradamente. Pues bien, 2018 estará presidido por la intensidad del papa en esta rehabilitación evangélica de la curia vaticana. Y tal intensidad repercutirá sin caer en la cuenta de ello, en nuestra vida civil y religiosa. Apoyar a Francisco significa apoyar el cambio eclesial, en nada fracturante sino en todo pegado a los "signos de los tiempos" en los que Dios se revela de manera permanente y eficaz. Discernir es la palabra, para actuar.

¿Y el 2018 en España? La reforma constitucional, con objetivos muy precisos y conocidos de todos, será materia de confrontación inevitable, junto a la revisión territorial en la misma constitución. Además, tomar las riendas gubernamentales de la desigualdad creciente con revisiones salariales mucho más vinculadas al resultado de la productividad y ganancias, como parece que comienza a suceder. Preguntarse por la presencia de la mujer en la vida pública, y potenciar el respeto que merece, así como plantearse el interrogante de las pensiones de cara al futuro. Y posicionarnos en la esfera internacional, que hemos desestimado desde tiempo atrás y es capital para movernos en el mundo conjuntivo en que vivimos. Que en todo esto Cataluña signifique un problema añadido, pues sí. Pero solamente podremos solucionarlo con realismo, paciencia y alta política, que vaya más allá de las pasiones desordenadas y cainitas. En la estela de esa Merkel negociadora a tope, tan ética como pragmática. Salir mucho más de nosotros mismos y mirar mucho más las urgencias ajenas en todos los órdenes de la vida. Ese sería un buen 2018 para nuestra España. Y lógicamente, una Iglesia que, al final del año, pudiera mostrar cambios realizados ante la exigencia añeja de tantos creyentes que los esperan desde el Vaticano II. Francisco, como venimos escribiendo, nos los pide y enseña.

El mundo se encoge y se amplía, sin remedio. Cada vez más dependemos los unos de los otros, pero a su vez, cada día podemos permitirnos una libertad de opción mayor. Francisco y Merkel merecen ser contemplados porque son personas con visión global y, pienso yo, buenas en el sentido machadiano de la expresión. Otros dominarán el conjunto, peor el argentino y la alemana nos posibilitarán proseguir en la senda de la esperanza. El criterio de realidad siempre acaba venciendo.

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