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Ramón Aguiló

Escritos sin red

Ramón Aguiló

Desarbolados y hundidos

El PSC ha quedado desarbolado tras las elecciones catalanas. Tanto la dirección del PSOE comandada por Pedro Sánchez como la dirección del PSC contaban con alcanzar al menos los veinte diputados después del peor resultado de su historia en las anteriores elecciones. La alianza con los restos catalanistas de la formación dirigida por Durán Lleida ha sido infructuosa. Iceta, el hombre que pudo simultanear la dirección de la campaña contra la OTAN de las juventudes del PSC y la campaña a favor del PSC alineado con el PSOE, el hombre de partido que ha servido a tan opuestos señores, algunas veces con éxito, ha sido incapaz de hacer levantar el vuelo a un partido transversal que había conjugado en algún momento de la historia constitucional el alma internacionalista con el alma española y la catalanista. Algunos creyentes en su supuesta clarividencia, sin duda emparejada con la que aún depositan en Sánchez, le veían capaz de una remontada parecida a la del Barça ante el PSG.

Hay explicaciones de carácter general que explican el desastre. La más socorrida es la crisis de la socialdemocracia en Europa que, siendo verdad en parte, permite a los burócratas del puño y la rosa hacer como que no ha pasado nada y seguir tan campantes en sus poltronas. La verdadera explicación es la deriva del PSC desde el catalanismo político transversal hacia el soberanismo. Empezó impulsada con el tripartito con ERC e IU y la irresponsable declaración de Zapatero proclamando en Barcelona que aceptaría en Madrid todo le que propusiera el parlamento catalán. En lo fundamental, corrupción aparte de la ciénaga catalana, nada cambió en todo lo que atañe a los principios nacionalistas. Continuó la inmersión lingüística que dejó sin derechos lingüísticos a una gran parte de la sociedad catalana. Fue en aquel momento cuando conocidos intelectuales relacionados con el PSC, Carreras, Azúa, Boadella, Espada, Pericay, Tubau, Trías, Ovejero, etc., se plantaron y auspiciaron la creación de un nuevo partido, Ciudadanos. La gestación del Estatut fue un despropósito total. Fue corregido en una reunión en Moncloa entre Mas y Zapatero que, con este acto, traicionó personalmente a Maragall. ERC votó en contra. En el Congreso fue otra vez corregido y después de su aprobación con menos del 50% de participación y de una inmunda campaña del PP, en 2010, declarados inconstitucionales por el Tribunal Constitucional catorce artículos del mismo, algunos de los cuales fueron incorporados a los estatutos de Valencia y Andalucía con el voto a favor del PP.

En las anteriores elecciones, ya con Iceta, el PSC incorporó en su programa la celebración de un referéndum pactado con el Estado. El último año ha sido el de las incongruencias socialistas. Primero, la victoria de Sánchez gracias al voto del PSC, después, la España nación de naciones y que cada nación es España. A cada paso más tonterías. El PSOE, sin más política económica en las elecciones que derogar la reforma laboral de Rajoy. En junio, que nunca votarían el 155, para repetir lo mismo en setiembre, para cambiar de la noche a la mañana, cuando se dan cuenta, a buenas horas mangas verdes, que lo de la independencia iba en serio. Sólo se explica este desatino continuado por la falta de claridad política del PSOE y PSC. En un clima de polarización marcado por la dialéctica de unidad contra independencia, de ley contra golpismo, no se les ocurre otra que la equidistancia, la reconciliación, el aumento competencial y el indulto para los golpistas que aún no han sido juzgados. Se han situado en tierra de nadie donde pocos nadies transitaban. Y para colmo el histrionismo del célebre autor del "¡Pedro, líbranos de Rajoy!", que no se le ocurre otra que lanzarse, con la que estaba cayendo, a la pista de mira quién baila presentándose "¡presidente!" como el nuevo rey de lo guay y del reguetón: Icetatón. Un milagro los escasos votos. Imposible superar tanta ceguera, tanta falta de realismo y tanta frivolidad.

Los hundidos son los del PP. Ya veremos si los resultados se extrapolan o no al resto de España. Según Aznar, el culpable es Rajoy. No le quito culpa, la tiene; el 155 debería haber sido aplicado antes y no haber convocado elecciones hasta procesar a los golpistas (la campaña del legitimista Puigdemont, con la condición de espectáculo inenarrable, ha sido extraordinaria). Pero quien empezó con todo eso fue Aznar con su pacto con Pujol en el Majestic. Para los que no lo recuerden, en los años noventa el único grano que le había salido a Pujol no era ni del PSC ni de ERC, era del PP y se llamaba Aleix Vidal-Cuadras. Vidal-Cuadras, hombre de ciencias, inteligente, culto, encarnó un liderazgo del PP en Cataluña como no ha tenido ningún otro. Cáustico, duro, demoledor, brillante parlamentario, diseccionó al nacionalismo y consiguió los mejores resultados históricos para el PP. Por primera vez en toda su trayectoria en la Generalitat, Pujol se encontró con la horma de su zapato. Aznar, como Herodes Antipas, ofreció a Pujol la cabeza cortada de Vidal-Cuadras en bandeja de plata a cambio de su investidura como presidente del gobierno español; a los acordes del Virolai de Verdaguer y los aplausos de eximios y acobardados funcionarios de provincias, devotos de las vírgenes españolas: los Fernández Díaz, Millos y compañía. Que quede claro: quien destruyó al PP catalán tiene por nombre José María Aznar. Bon cop de falç. Rajoy, eso sí, ha sido incapaz de reconstruirlo.

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