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Empleabilidad

El salario mínimo es una medida con que los sistemas económicos pretenden erradicar la indecencia extrema. En nuestro país, está muy lejos de alcanzar el 60% del salario medio, que es lo recomendado por la OIT (prácticamente ningún país cumple la recomendación). Pero su cuantía, claramente insuficiente para sostener dignamente a una pequeña familia, no justifica alharacas a la hora de anunciar a bombo y platillo una revisión del 4%.

Nuestro sistema socioeconómico ha hecho del trabajo un factor de producción más, sujeto a la ley de la oferta y la demanda. Quiere decirse que, al existir un desempleo masivo, en el que predominan los trabajadores sin cualificar, el salario mínimo marca un límite frente a la pura y simple explotación extrema pero su utilidad es relativa. Entre otras razones, porque cuanto más alto esté este indicador, menos oportunidades tendrán los trabajadores de menor cualificación. Cuanto más pague el empresario al último de sus trabajadores, más condiciones le impondrá para contratarlo.

En definitiva, lo que el Estado -incluso el Estado liberal- debería hacer es proporcionar empleabilidad a los parados. Es decir, darles capacidades que sean demandadas por el mercado. Si hay demasiados parados que provienen de la construcción, será necesario habilitarlos para otros menesteres. Pero la tarea es difícil y requiere recursos, que obligarían a incrementar la presión fiscal. Es más fácil subir el salario mínimo y sacarse la foto del alarde social.

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