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Antonio Papell

La democracia devaluada

¿Qué pasa en Cataluña? La respuesta no es unívoca pero se basa en un hecho incontrovertible: un sector de catalanes, del orden de poco más de dos millones de electores -2.063.000 en las pasadas autonómicas, prácticamente los mismos que en las autonómicas de 2015, una cifra muy semejante a la que, según los organizadores, votaron secesión en los dos referéndums ilegales-, desea y exige la independencia y está dispuesto a imponerla a cualquier precio (pacíficamente, al menos de momento), aun cuando más de 2,2 millones de votantes están en contra de la ruptura. Si se indagan las causas de esta situación, algunos traerán a colación argumentos historicistas, más o menos contrastados; otros, referirán con pelos y señales la frustración a su juicio inaceptable causada por la mutilación de la reforma estatutaria de 2006, que ya contaba con el beneplácito de las instituciones y de los electores catalanes; algunos más harán referencia a la pésima financiación de la comunidad autónoma catalana, que la está oprimiendo financieramente de forma inaceptable (es el 'España nos roba'); bastantes aludirán a la manipulación de la historia y al adoctrinamiento en del sistema educativo como causas de una malquerencia creciente? La situación es evidentemente compleja, por lo que, para intentar resolverla, hay que huir de las recetas simplificadoras, armarse de paciencia y trabajar intensamente por limar asperezas, desentrañar realidades en medio de una marea de posverdad, invocar criterios magnánimos y enterrar en la medida de lo posible malquerencias y rencores.

En realidad, se ha producido una acumulación de factores que han suscitado confrontación y enemistad, y que en su conjunto son los principales responsables de la crisis y han coadyuvado a su desencadenamiento, pero parece claro que el elemento esencial de la catástrofe, previo a todos los demás elementos, es una devaluación de la democracia misma, un descrédito grave del modelo sacralizado de contrato social que en nuestros países ha terminado decantando en forma de democracia liberal, que supuestamente rige en los regímenes más avanzados de Occidente.

El terrible suceso que ha acontecido es, en definitiva, que esta democracia en la que confiábamos no ha sido capaz de impedir una profunda crisis socioeconómica y de valores que ha sumido a gran parte de la población de nuestras sociedades occidentales en una situación de desamparo y pobreza muy difíciles de digerir y sin un horizonte claro a corto plazo. Los jóvenes, que antes de 2008 conseguían integrarse con relativa facilidad en el mundo laboral y en los circuitos sociales, están hoy totalmente faltos de expectativas. En España, muchos nuevos trabajadores que consiguen un empleo tras una interminable búsqueda no salen por ello de la situación de riesgo de pobreza por la insuficiencia de los salarios; en Alemania, el paro desciende pero se incrementa el número de minijobs y crece la pobreza severa. Nadie duda de que las generaciones emergentes vivirán en líneas generales peor que las anteriores. En nuestro país, ya se da por cierto que los futuros pensionistas tendrán un poder adquisitivo de simple subsistencia, muy inferior al que hoy poseen los actuales. Y lo que es más grave: esa situación degradada no estimula la reacción de los instalados, no genera la protesta airada de las fuerzas de oposición, frente a las mayorías de gobierno que transigen con este estado de cosas.

Esta situación sirve para explicar tanto el 'brexit' cuanto la elección de Trump o la crisis de Cataluña. El rechazo de los británicos (también víctimas, por cierto, de una elaborada posverdad) a la UE se ha debido a la incapacidad de Bruselas ya no sólo para prevenir el desastre sino también para aplicar una terapia adecuada e incruenta. Y la llegada de Trump es posterior a las grandes reconversiones industriales americanas que castigaron severamente a las clases medias. Tampoco en Cataluña se entendería el proceso actual sin una juventud falta de oportunidades y de motivación, sin una sociedad severamente castigada por un sistema que ha bajado la guardia en materia de protección social, sin una corrupción que ha desacreditado a las elites, totalmente faltas de credibilidad.

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