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Jose Jaume

Desde el siglo XX

José Jaume

La secta se refugia en la caverna

Hoy como ayer el PSM exhibe su condición de secta. No ha sido capaz de asumir que quien no está adscrito a su iglesia pueda ocupar cargos gubernamentales que reclaman suyos

Las sectas, cuando vienen mal dadas, tienden a refugiarse en su seno, en aislarse del mundo para evitar contaminarse. Lo hacen los movimientos esencialmente reaccionarios. El PSM, más allá de sus artificiosas, ampulosas e inacabables autodefiniciones: nacionalistas, socialistas, ecologistas y lo que sea menester, ha sido y es un partido que lleva el sello de su estrecho mundo muy visible, pegado a su ser más íntimo. Todavía reverbera el recuerdo de cuando meditaron solicitar auxilio a Abel Matutes para evitar su desaparición. Algunos de sus secretarios generales han sido genuinos políticos de orden, de derechas de toda la vida. Mateu Morro ofreció un completo compendio de lo que supone ser de derechas, profundamente conservador; eso sí: siempre revestido con los ropajes de lo nostro.

Después de la demostración dada en la conselleria de Turismo por Barceló, Garau, Muñoz Perugorria y demás cofrades de la secta, el PSM se ha visto sometido a una convulsión imprevista; acostumbrado a repartir admoniciones a diestro y siniestro (su marca clerical es indeleble), se ha topado con que ha cometido los nefandos pecados que recriminaba desde su inalcanzable superioridad moral a sus adversarios. La conselleria de Turismo ha devenido en sus manos en un manual de malas prácticas. Barceló no ha podido con el peso de la cruz. Ser de derechas no es garantía de poder tragarse las vergüenzas a diario. Al dimitir ha posibilitado que el PSM se haya mostrado tal cual. Ha sido desnudado. Sus querencias de secta se han hecho muy visibles. La imagen reflejada no le ha gustado. Solución: atrincherarse en la caverna. En su seno intenta recomponerse. Hace lo propio del matador que ha sido volteado por el astado (cómo les cuadra el símil taurino): volver al ruedo para, al menos, culminar la faena. Si en mayo de 2019 obtiene cinco diputados considerará cumplida la misión. Otra vez habrá salvado lo esencial: la permanencia del partido, del nacionalismo soberanista que dicen representar ahora y siempre.

En el sendero de retorno a la irrelevancia por el que camina raudo han dejado en la cuneta a quien puede presentar la mejor tarjeta electoral: Fina Santiago era quien debía desempeñar la vicepresidencia dejando la conselleria de Turismo en manos de los técnicos. Después de aprobar y mantener contra la beligerancia hotelera la ecotasa poco más cabe hacer en lo que queda de legislatura. Esa era la opción natural, la que a Més le podía permitir superar la desfondada etapa de Biel Barceló sin apreciables costes electorales. No será así: la secta no ha permitido que alguien que no está firmemente comprometido con ella, que no le ha jurado fidelidad perruna pueda ostentar la vicepresidencia. La secta ha impuesto a la presidenta Armengol a Busquets. Su nombramiento es un fraude político. Una tomadura de pelo. Qué fácil se lo ha puesto a la otra derecha para que atice con todo lo que tiene a mano, que tampoco es mucho. Es revelador que Armengol, que tantas veces ha actuado con firmeza, al verse en la tesitura de adoptar decisiones que definen a quien se alza por encima de la media, no haya sido capaz de decir no, aunque la negativa condujera a una ruptura de la coalición de gobierno. Armengol también es responsable del destrozo. Tiempo tendrá de lamentar su miopía política, que pudo parecer corregida.

Los altos clérigos que pastorean el PSM cavilarán argüir en su descargo que han garantizado la independencia del partido, que no se han dejado amedrentar. Desconocemos si se han enterado del daño que han infligido a las expectativas electorales de las izquierdas y a las suyas propias. No les importa. Lo primero es la secta, que no es de derechas ni de izquierdas, es la secta. La secta ha de pervivir a costa de lo que fuere necesario. Incluso si es preciso volver a implorar el auxilio de alguien tan poco sospechoso como Abel Matutes. Mientras tanto, a resguardo en la caverna.

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