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La obsesión por molar

El otro día -el tiempo es relativo- un joven astrónomo chileno descubrió el agujero negro más lejano observado hasta hoy, formado 13.100 millones de años atrás. Pienso detenidamente en esta cifra y me mareo. En el minúsculo sistema solar de Sabina, en el que los planetas de mis emociones, pensamientos y frustraciones giran alrededor del sol de mi ego, ello significa que el universo ha funcionado al menos 13.100 millones de años sin mí y seguirá su curso durante millones de años tras mi fallecimiento.

Es un ejercicio que funciona de maravilla cuando a una le entran ganas de molar. La obsesión por molar es una pandemia en este siglo XXI. Todos, pero todos, queremos ser molones, cada cuál en su campo y cada quién a su nivel. Las redes sociales han multiplicado por mil un anhelo inherente al ser humano desde que descubrió la vanidad, que debió de ser muy pronto si nos atenemos a los restos arqueológicos del Paleolítico (cuentas de conchas para collares, por ejemplo).

El humorista Quequé lo comentaba el otro día en una entrevista: "La esclavitud de molar antes era en la adolescencia y ahora puede durar hasta los 75 años", aunque yo creo que se quedó corto, como atestigua la nueva moda de bisabuelos youtubers y tuiteros. El molar es tan importante que ha exigido la creación de un neologismo: postureo, que puede definirse como una actitud impostada o la adopción de ciertos hábitos o poses más por apariencia que convicción. Existen miles de ejemplos: ser hipster es molón; ser cani, no; es molón ser vegano y correr la Spartan Race, pero comer chuletón a la piedra es una vulgaridad. Es molón ser nacionalista de izquierdas, pero no de derechas. Mola leer a Ricardo Piglia, pero no a Isabel Allende. La gente guay, los outsiders, los que escapan a la corriente de la masa no escuchan cedés, sino vinilos; no hacen fotos digitales, sino analógicas.

Los políticos también quieren molar, sobre todo cuando están en campaña electoral. Acuérdense, si no, de la campaña en la que Albert Rivera posaba desnudo o en la inspirada en la canción de Tequila Que el tiempo no te cambie de Zapatero. Una excepción a esta regla sería Mariano Rajoy, demasiado lánguido y perezoso como para intentar siquiera incorporarse a la carrera del molonismo. Aun así, recordemos que, en alguna ocasión, ha intentado ser guay, como cuando apeló a "los chuches" o perpetró aquel monólogo de la que luego fue conocida como "La niña de Rajoy". Miquel Iceta se ha coronado como el político molón de la campaña electoral catalana aunque le hayan prohibido bailar, extremo que yo lamento porque siempre era un placer contemplar sus espasmódicos movimientos acompañando a Queen. A Ada Colau por poco le organizan una ordalía porque la otra noche salió en 'Sálvame' explicando que había mantenido una relación con otra mujer durante dos años. A ver, es política, está en campaña, quería molar ¿a qué viene tanta crítica?

En otros siglos, en otras épocas, los pecados eran otros: la gula, la lujuria, la pereza, la envidia. En este siglo, del que llevamos casi diecisiete años recorridos, los pecados que van en cabeza del ranquin son, sin duda, la codicia y la vanidad. Vanidad de vanidades, todo es vanidad, todo es alimento para nuestro maltrecho, bulímico, ego que no se siente satisfecho nunca, aunque lo alimentemos de likes, de seguidores, de retuiteos, de éxitos laborales o de muescas en el revolver de nuestras conquistas sexuales.

Al hilo de la historia del agujero negro, que me encantó, estuve investigando en internet y me enteré de un dato que me llenó de esperanza. Parece ser que, si usted saliera a dar una vuelta por el Cosmos y cayera en un agujero negro, lo que le ocurriría es tan extraño como revelador: en el instante en el que entrara en el agujero, se dividiría en dos. En una realidad, sería incinerado de forma instantánea, en la otra se adentraría en el agujero sin que nada le sucediera. ¿No encaja eso perfectamente con las creencias espirituales de oriente y occidente? ¿No se parece demasiado a la muerte del ego y la continuación de la esencia, al fin del cuerpo y la supervivencia del alma? ¿No entronca con el absurdo de la vanidad? En esas cosas me entretengo a pensar porque cada uno prepara la Navidad a su manera.

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