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Antonio Papell

Del nacionalismo romántico a la realidad

Conviene insistir en que la normalización de Cataluña tras el procés -es decir, tras el retorcimiento de la Constitución, que ha supuesto la aprobación de leyes ilegales y la proclamación unilateral de la independencia, más o menos explícita- no sobrevendrá mediante el predominio del frente constitucionalista sobre el soberanista, del mismo modo que el resultado contrario -una victoria del frente soberanista sobre el constitucionalista- tampoco desembocaría en la independencia. La pacificación y la consiguiente adopción de un camino de futuro pasa por la distensión, que supone la desactivación del nacionalismo romántico que impregna al soberanismo catalán (y cuyos rescoldos también gravitan bajo el nacionalismo español, menos ferviente y vehemente que el del Principado pero también real) y su sustitución por un vector ideológico más realista, posibilista y practicable.

Antoni Puigvert ha explicado en un artículo cuál ha sido la causa que a su juicio ha llevado al independentismo catalán a mantener hasta el final un proceso imposible que agrupaba a menos del 50% de los catalanes y que contaba con la oposición a menudo silente pero siempre expresiva de la otra mitad. "Una única respuesta puede darse a esta pregunta -escribe Puigverd-. Los líderes sociales y políticos del independentismo, así como los medios de comunicación afines a esta causa, describían su movimiento como expresión de todo el pueblo catalán. Todavía en la manifestación de Bruselas [en torno a Puigdemont] la idea ha persistido: el independentismo se presenta a sí mismo como un todo esférico y completo que reclama del todo español, no menos esférico y completo, el derecho a emanciparse. Muchas de las razones del independentismo son objetivas y fundamentadas: de la sentencia del Estatut al desprecio cultural, de la desigualdad fiscal al neocentralismo. Ahora bien, aunque las razones sean objetivas, el planteamiento independentista es nacionalista en el sentido romántico, alemán, del término. Como también lo es el sentimiento nacional hegemónico en España".

Ese nacionalismo romántico, supuesto portador de todos los valores positivos, no sólo ha ignorado a la mitad de los catalanes sino que los ha vituperado sistemáticamente con desprecio manifiesto, les ha negado hasta su condición de tales, les ha acusado de botiflers (el insulto que recibían los partidarios de Felipe V), de esquiroles, de antipatriotas, etc., lo que ha generado un resentimiento lógico y una lamentable fractura social. Esta actitud, que podría calificase de pasional, es impropia de un pueblo maduro, una gran parte del cual ha vivido ya en democracia toda su vida. Y dificulta grandemente la apertura de vías de futuro. De hecho, la obstinación se mantiene, y hoy las dos listas nacionalistas (JxCAT y ERC) amenazan con proseguir el procés si no hay diálogo (es decir, si la otra parte no claudica). Es más: Puigdemont, convertido en mito -¿romántico?- se sigue considerando portador de las esencias legitimistas de Cataluña.

El soberanismo tiene que bajar del pedestal y tomar conciencia de que, con estos mimbres, Cataluña no se desgajará del tronco de Estado español, por lo que el dilema está establecido entre acomodarse a la realidad y perfeccionarla, por un lado, o mantener la tensión indefinidamente, por otro, con el correspondiente coste en términos económicos, políticos y sociales. La idílica visión de una Cataluña feliz y homogénea, complacida en su individualidad sin fisuras, independiente e integrada por completo en Europa con voz y voto en Bruselas, no existe, por lo que hay que poner pie a tierra y optar entre las vías reformistas que siempre estarán abiertas -una instalación en España que sea cómoda para la mayoría más amplia posible- o el victimismo permanente y autodestructivo que se ha mantenido en los últimos tiempos y que ha de atribuirse a una patología intelectual y moral. Los electores tienen mucho que decir en esta alternativa, pero también los dirigentes de las fuerzas centrífugas han de reflexionar sobre el papel que pueden/deben jugar en esta encrucijada.

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