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La Moleskine

Herodoto no necesitó una moleskine para escribir el mejor libro de Historia de todos los tiempos: Los nueve libros de la historia, lo tituló y ahí está todo. Quiero decir que estamos todos nosotros cuando aún no éramos nosotros. Lo escribió en el siglo V antes de Cristo, pero sería en El paciente inglés -novela o película, tanto da- donde ese libro se convirtió en una moleskine, el mejor cuaderno de campo que haya habido nunca. En aquella novela/película, el equívoco y enamorado conde Almazy, además de referirse una vez y otra al episodio del rey Candaules y la belleza de su mujer, llenó la Historia de Herodoto de anotaciones al margen, fotografías, dibujos y postales. Como cualquier moleskine de un viajero de hoy en día.

Entre ambos -entre Herodoto y Almazy pasado por Michael Ondaatje, autor de El paciente inglés- estuvo Bruce Chatwin, el escritor británico que popularizó en los 70/80 la moleskine. Antes de Chatwin había habido otros, pero ninguno con la efectiva sutilidad chatwiniana para convertir en objeto de culto aquello que tocara (probablemente ayudase su trabajo como conservador artístico en Sotheby´s).

Bruce Chatwin fue un gran viajero, fantasioso como la mayoría de grandes viajeros -fantasioso como lo fue Herodoto- y la moleskine le sirvió para apuntar las notas de lo que después serían En La Patagonia, El Virrey de Ouidah o Los trazos de la canción, sus novelas más viajeras. Pero cuando la moleskine estaba en el cénit de su éxito -el lápiz, el bolígrafo y la pluma se deslizaban por su papel como la patinadora sobre el hielo- desaparecieron. Sólo se encontraba algún resto de serie: se habían dejado de fabricar.

Al cabo de unos años compró la patente una empresa italiana y diversificó el modelo original, convirtiéndolo también en agendas, cuadernos, pequeñas libretas, directorios y otros artilugios escriturarios. Parece que la propietaria de esa empresa era admiradora de Chatwin y su empeño ha resultado un éxito. Encontramos moleskines en las librerías, papelerías, grandes almacenes, aeropuertos y grandes superficies. Y usan moleskine todo tipo de personas (imagino lo que pensaría Bruce Chatwin de algunas de ellas): la moleskine es ahora un objeto esnob. No sólo eso: desde su éxito comercial han aparecido toda clase de libretas similares en el mercado: con tapas imitando libros antiguos, con papel de aguas como cubiertas, parecidas a la moleskine original pero más cutres, o como pasaportes -es el caso de las que vende la casa japonesa Muji, que son mis favoritas: también el papel es perfecto para la escritura y nada abultan en el bolsillo de la chaqueta-.

Estos días -tan alejados de la prosa de Herodoto y de la de Chatwin- se ha hecho famosa una moleskine con la guía y notas y apuntes y voluntades de los ingenieros del Procés. En ella figuran muchas de las cosas que algunos pensábamos que ocurrían mientras ocurrían, a la vez que sus protagonistas e inductores decían que no, que no estaban ocurriendo y que la culpa de todo la tenía el chá-chá-chá. De Rajoy, por supuesto. Siguen diciéndolo aunque la realidad -y ellos mismos- vayan desmintiéndolo. Para guerras, las medas, que son las que narra Herodoto y para conspiraciones las del Vaticano. Por eso alguien podría pensar que las notas de ese técnico de la independencia catalana son un testimonio histórico de gran valor, cuando probablemente no pasen de pruebas testificales. Sin poética, ni épica -´necesitamos la épica´ se lee en una de sus páginas; en otra se habla (lo dice Artur Mas) de ´perseguir a funcionarios individuales´, cuánta valentía- y encima, dejando rastro penal.

¿Sólo eso? ¿Tal vez perseguía el técnico independentista la gloria literaria de quien se sabe en el ojo de la tormenta? Visto lo visto, no sería descabellado pensar que la dichosa moleskine -dichosa porque ahora se cierne sobre sus protagonistas como una sombra perniciosa- estuviera planteada como un protonegocio millonario. Quien apuntaba hasta las comas de las conversaciones no lo hacía como notario, qué va. Ni como historiador tan solo, aunque estuviera trabajando para la posteridad de su propia economía. Es muy probable que el hombre no hubiera leído ni una línea de Herodoto, ni sepa para qué usaban Chatwin o Hemingway la libreta de marras. Esa moleskine quería ser el borrador de un futuro superventas: Així independitzàrem Catalunya, por ejemplo. O De país a nació: història i protagonistes del Procés d´Independència. En fin, la cosa da para muchos títulos. Pero que nadie crea que esa moleskine encerraba más ardor patriótico que ardor economicista y visión de futuro (no precisamente política). Esa moleskine quería ser un bestseller y la Guardia Civil -y los periódicos que publican fragmentos de sus páginas- le han chafado el negocio a su escribano.

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