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Cataluña en una noche loca

Las pesadillas no aparecen únicamente durante el sueño aunque, como sucedió la noche pasada, continúen tras cerrar de nuevo los ojos, sin que la opinión de intelectuales (los hay de todo pelaje ideológico) o protagonistas del rifirrafe sirvieran de guía para un mejor entender. Porque unas y otras oscilaban entre la autosuficiencia y las paradojas. De un lado, contra el separatismo e incluso esos nacionalismos enfrentados a la creciente globalización, aunque el pluralismo diste de estar resuelto y racionalizar los disensos no es empresa fácil frente a concepciones unívocas y narcisistas por parte de quienes (muchos de ellos), para acabarlo de arreglar, tienen poco de ejemplares. Como sugería Rubert de Ventós, no cambian las convicciones sino su relación con ellas según el viento que sople lo cual, desde una perspectiva moral, da bastante que pensar.

Por otra parte, si demócratas son quienes asumen las leyes acordadas y delincuentes los que las conculcan, sería razonable la segunda etiqueta para quienes hicieron caso omiso de la normativa vigente, aunque hayan dado pruebas de su inteligencia (ésta y el empecinamiento se llevan mal) cuando, tras asegurar que no habría vuelta atrás y una vez entre barrotes o frente a la amenaza de los mismos, decidieron decir diego. ¿Mentir para que la verdad no duela, como afirmó Benjamín Prado en un poema? Pues en ese caso y además de listos, compasivos frente al Estado que repudian y que no ha dado hasta aquí prueba alguna de flexibilidad.

Pero hubo mucho más mientras la oscuridad (otra que la de esa campaña en curso) se adensaba. Frente a los conservadurismos tribales que sacralizan identidad o Constitución (algo de la onfaloscopia que mencionaba Ferlosio), se situaba décadas atrás una izquierda sin fronteras y de vocación transnacional. Con dicho eje, la catalana ERC incorporaría en sus siglas una contradicción y la "E" debería cambiarse por "D": una derecha que justificaría el apoyo al procés por parte de la ultraderecha europea empezando por Farage, el líder del Brexit, o la fachería belga en la manifestación de Bruselas. También habría que preguntar a Le Pen o Berlusconi, seguramente de acuerdo con la "Europa decadente" en boca de Puigdemont y tras los frustrados intentos de hacerse con su respaldo; una contradicción más porque, de aspirar a una Europa sin Estados como ha asegurado en su exilio (debió huir a Londres por mejor sintonizar con el exit que pretendía), ¿por qué aspiraba a uno más, y viva el microcosmos?

En parecida línea antinómica anda Podemos, más indepe que los más cualificados, desde Romeva a Forcadell, dado que estos han acatado explícitamente un 155 que recurren los de Iglesias. De ser estrategia -común a cualquier casta-, la politología de que hacen gala va a quedar en entredicho frente a las urnas y, si no fuera así, el partido de los un día indignados habría de sumarse a esa disgregada derecha con disfraz, lo que explicaría que en su día facilitasen la investidura de Rajoy. En esta selva, repito, ¿dónde anda la izquierda, combatiente frente a aquel denostado caudillo que según nos dicen ha resucitado? Quizá se haya hecho presente en el totalitarismo del que fue emblema y de nuevo se encarna en una DUI que ahora tildan de simbólica. En este caso, pudiera ser Rajoy el representante de la izquierda rediviva -y tan disimulada que sólo lo delatarían esos puros habanos llegados de Cuba-, mientras que la derecha se asentaría en los Comunes, indepes o Ciudadanos, todos igualmente proclives al adoctrinamiento que destila una absoluta convicción, equiparable a la fe de la sinrazón.

En cualquier caso y tras las elecciones del 21 ("ilegítimas e ilegales" (ERC), a diferencia de las legales pero deslegitimadas del 1 de octubre, pero a las que todos concurren, incluida la CUP pese a su DUIfilia y el aún president de la República, como él afirma), ¿qué podría ocurrir? Porque tras la aceptación tácita del 155 -la explícita ya se ha producido- por parte de todos excepto CUP y Podemos, en buena lógica sólo estas dos formaciones podrían aliarse frente al resto, constitucionalistas de raigambre o sobrevenidos con la sartén por el mango y, en tal situación, tiene escasa importancia la coalición que pueda cristalizar. La "aberrante imposición del dichoso artículo", para Tardá, ha sido asumida por su jefe de filas, Puigdemont tiene ya a Europa en su corazón, la DIU es historia de un despropósito y cualquier mayoría se proclama dialogante. En semejante contexto, ¿importa demasiado quién gane? Sólo quedará por evitar el eventual pucherazo que sospechan algunos de quienes lo dieron en octubre y, con el ruido consiguiente en la imaginación -ruido metálico, de puchero-, me desperté.

En el duermevela que siguió fui otra vez presa de parecidas fabulaciones y, de seguir así, habré de recurrir al Trankimazin hasta que pase el jueves. ¡Mira que si finalmente, por un decir, Oriol resultase de izquierdas entre las oraciones, Iglesias la coherencia personificada, Rajoy un estratega sin par o el inefable Puigdemont, frente a los encarcelados, un admirable ejemplo de abnegación unilateral…!

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