Diario de Mallorca

Diario de Mallorca

Contenido exclusivo para suscriptores digitales

El pacifista violento

Desean la muerte del fascista y, de hecho, algunos que se hacen llamar antifascistas, no sólo la desean sino que la llevan a cabo. Ha ocurrido en Zaragoza. Han matado a un hombre que llevaba unos tirantes con la bandera española. Un antifascista matando a un fascista, es decir, empleando los modos que, según el antifascismo de libro, jamás emplearían. Pues esos métodos son, según ellos, estricta y odiosamente fascistas, excepto cuando ellos los usan. En muchos casos, esos antifascistas suelen recibir el apoyo y el aliento de los progres bien asentados, incluso de ciertos burgueses guays muy de izquierdas. Si no el apoyo o el aliento, por lo menos un desdeñoso encogimiento de hombros. Un silencio vergonzoso. Son los perros de presa de quienes no se quieren mojar. Y ya da un poco de asco abusar del término fascista.

De igual manera sucede con el pacifista fanático, que no deja de ser un tipo violento a pesar de abusar de la palabra paz o, precisamente por ello, por abusar de esta santa palabra. Viven en la paradoja de hacer la guerra por la paz, de ser los guerrilleros de la paz, los soldados de la paz. Siempre la paz en sus bocas intransigentes. Ven fachas por todas partes. Y ya sabemos que los fachas son siempre los otros, los que no comulgan con su catecismo de izquierda sectaria. En fin, pura violencia. El país se está radicalizando, y cada cual se atrinchera en su respectivo ceño fruncido esgrimiendo su banderita, su trapo de odio. Un país con cara de pocos amigos en el que ya podemos contar con crímenes, con cadáveres. Ya ven, un santo mártir antifascista asesinando a un falangista. Las mismas armas, el mismo cerebro obturado por el odio.

En otro orden de cosas, y ya entrando de nuevo en ese coñazo llamado procés, que está siendo más bien un pesado y empalagoso proceso digestivo lleno de pedos y de eructos, monjas fanáticas de nulo discurso y clérigos untuosos que, bajo su halo de santidad impostada, van administrando de forma taimada todo su clerical fanatismo. Todo suele acabar con una misa solemne y demás liturgias. Para que vean, el único grupo o partido que apoya de una forma explícita a los independentistas catalanes es el partido de extrema derecha flamenco, ése que quiere quebrar Bélgica, Europa y todo lo que se tercie para volver a los reinos de taifas, a los minúsculos estados. En fin, a la Europa de las etnias. No sabemos qué opinan Rufián o Anna Gabriel sobre estos únicos compañeros de viaje, el partido xenófobo flamenco, el de la bandera amarilla con un león negro. Ellos, que se jactan de ser el no va más de la revolución social y feminista resulta que se tienen que conformar con compartir sueño secesionista con los recalcitrantes flamencos del Vlaams Belang. En fin, paradojas de la vida. O, no tanto. No en vano, comparten el mismo egoísmo y una especie de superioridad moral que nadie sabe a qué se debe.

En fin, en vista de que vivimos en el reino de las paradojas, el pacifista puede ser un ser bastante violento, así como el que se autoproclama demócrata de toda la vida puede practicar una intransigencia, un sectarismo y un autoritarismo de alto voltaje. Eso sí, estos demócratas que abusan de la palabra democracia y esos pacifistas que manosean la palabra paz a su antojo suelen ser los primeros en acusar al otro de fascista si no cumple con los requisitos exigibles: darle la razón, pensar como él, en fin, comulgar cada día con los mandamientos de la ley del angelito. Porque es la mar de curioso asistir al ataque de nervios que sufren esos "demócratas" cuando les discutes su sacrosanta postura.

Compartir el artículo

stats