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Antonio Papell

La reforma constitucional permanente

El pasado miércoles, Mariano Rajoy, en el preámbulo de los actos conmemorativos del 39 aniversario del referéndum constitucional en el Congreso, ratificó su tibia disposición a acometer la reforma de la carta magna pero deslizó también un elemento evolutivo que ha sido raramente tenido en cuenta y que sin embargo es de extraordinaria trascendencia para la progresión política española: la pertenencia europea.

Desde 1986, año del ingreso de España en las Comunidad Europea, este país ha cambiado extraordinariamente, y lo ha hecho en gran medida gracias a su ingreso en Europa. Nuestra economía posee el asidero del euro, que no nos libró de la crisis económica global pero que sí nos ha permitido salvar el bache y alentar con fundamento la esperanza de dejar pronto atrás la adversidad.

Como es sabido, un documento de reflexión de la Comisión Europea emitido el pasado mayo proponía profundizar en la arquitectura de la Eurozona y planteaba la creación de un presupuesto común, gestionado por un ministro europeo; un Tesoro único y un Fondo Monetario Europeo (evolución del actual mecanismo de rescate, MEDE), así como la emisión de un instrumento financiero similar a los eurobonos, todo ello a largo plazo. El planteamiento de tales medidas sería en dos fases: en primer lugar, se avanzaría rápido en la mayoría de las reformas apuntadas, con el objetivo de adoptarlas como muy tarde en 2019. Y tras esta primera etapa, se abordarían medidas más ambiciosas con la mirada puesta en 2025; entre ellas se abordaría la puesta en marcha de una "función de estabilización macroeconómica" que, en esencia, sería un presupuesto común que "complementaría a los estabilizadores presupuestarios nacionales en caso de shocks asimétricos severos" y permitiría emprender "políticas fiscales agregadas" en la zona euro cuando "la política monetaria alcance sus límites".

Merkel, que negocia su continuidad, ha aceptado estos cambios -con las debidas reservas en la espinosa cuestión de los eurobonos, que siempre levanta temores en Alemania- durante la campaña electoral, en que compareció varias veces en público junto a Macron para apuntalar la evolución europea. Y el propio Rajoy, en su intervención del miércoles, se adhería una vez más a estas actuaciones que reforzarían la unidad real, económica, de la Unión.

Es evidente que la adhesión a Europa, con una integración progresiva y creciente, trasfiere constantemente parcelas de soberanía a las instituciones comunes, por lo que es de hecho una reforma constitucional continua. De hecho, todo el acervo comunitario -el conjunto de toda la normativa europea, desde los tratados fundacionales a las leyes derivadas de ellos- ya forma parte de la legislación española. Y si, como parece, la salida del siempre remiso Reino Unido de la UE potencia la integración política, el carácter federal de la UE se acentuará, y el Parlamento Europeo terminará siendo la residencia de una soberanía supranacional que prevalecerá sobre las de los Estados miembros.

Vistas las cosas de ese modo, se desprenden dos conclusiones muy oportunas. De un lado, la reforma constitucional española pierde solemnidad ya que se convierte en un asunto más bien doméstico, de conllevancia y vecindad internas. No por ello menos relevante pero más pragmático que ideológico (la ideología es Europa, con toda la tradición del estado de bienestar a cuestas). La segunda conclusión tiene que ver con el conflicto catalán, que adquiere proporciones provincianas cuando se examina en el marco de la gran tarea de la construcción europea. Mientras los Veintisiete traman designios grandiosos de integración continental, el nacionalismo catalán, sumido en una memorable confusión ideológica -conservadores revueltos con socialdemócratas y antisistemas- quiere alzar fronteras y escindirse de un tronco común que existe al menos desde hace cinco siglos.

En todo caso, han pasado los tiempos de autocomplacencia en que, encerrados con un solo juguete -nuestra carta magna-, podíamos tomar todas las decisiones de futuro. Pertenecemos a un espacio acotado que es cada vez más una gran potencia, y este ha de ser cada vez más el orden de magnitud en el análisis. Pongamos, en fin, orden en casa pero dediquemos nuestros mayores y mejores esfuerzos a engrandecer la gran tarea continental que da verdadero sentido a nuestro esfuerzo histórico.

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