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Pilar Garcés

El desliz

Pilar Garcés

Del garaje al barracón

El decreto de guarderías que prepara el Govern balear ha levantado ampollas, porque supone consolidar una oferta que está...

El borrador de decreto mediante el cual Balears piensa regular las guarderías ha caído como un jarro de agua fría sobre los profesionales que llevan años reivindicando que la educación de 0 a 3 años constituye los cimientos sobre los que se construirá el individuo del futuro, y que por eso merece un mimo especial. Me atrevo a decir que también ha dejado perplejas a las familias que, con un coste gigantesco, nunca han tomado los atajos que ofrece la vida para ahorrar tiempo, dinero y esfuerzos en la crianza de los hijos. Sorprende por venir del Govern de Progrés de las mujeres, y muy en concreto de la consellera Fina Santiago, un criterio siempre superior. Dar carta de naturaleza a los ´aparcamientos de bebés´ que no cumplen ninguno de los requisitos que se exigen a los centros de educación infantil por la vía de exigirles unos mínimos muy mínimos no parece lo más propio de quienes defienden el poder de la enseñanza para logar ciudadanos libres e iguales. Ya se habla del archipiélago como el lugar donde habrá una red de escuela públicas y privadas con las debidas garantías, y luego un servicio de custodia del chavalillos pobres, con centros a los que no se exigirá luz natural, que solo precisarán metro y medio por niño, y que no deberán acreditar proyecto educativo alguno. Un lugar para padres desesperados, o sea, la inmensa mayoría de los que no trajinamos tarjetas black. La existencia de estos centros asistenciales, que resuelven la papeleta de la conciliación al margen de la calidad, ha sido respaldada por el Tribunal Supremo. Luego, en opinión del Govern, es mejor regularlos que dejarlos a su libre albedrío, "funcionando incluso en garajes", dijo la consellera Santiago. Cierto, salvo que con su intervención, la administración está sancionando la existencia de bebés de primera y de segunda, en función de la situación económica de su familia. Y después de eso ya no cabrá reclamación alguna.

Lo que se espera de la izquierda no es precisamente que obligue a las guarderías semiclandestinas a cuatro reformas básicas para pasar una prueba del algodón que está a años luz de las que superan los buenos centros de 0 a 3. Lo que se espera de la izquierda es que colabore en la extinción de este tipo de escoletes sin garantías por la mejor vía posible, la de incrementar la oferta de calidad. Si los padres, independientemente de sus ingresos, pueden elegir entre una guardería pública con luz natural, cocina propia, espacios adecuados y profesionales cualificados en educación infantil, o antros montados de cualquier manera, no creo que muchos opten por la segunda opción. Pero no pueden elegir. ¿Cuántas plazas de guardería nuevas se han creado en la presente legislatura? ¿De cuantos cientos de niños se componen las listas de espera? ¿Mami, te han dado plaza en la otra punta de la ciudad y no llegas al trabajo? Papi, ¿te has vuelto a quedar fuera de la lista de aceptados este curso y no puedes pagar la guardería privada? Pues en el local de debajo de casa han abierto una guardería y una mujer responsable y maja, aunque sin titulación, te apaña la papeleta.

Ocurre que si empiezas a bajar el listón, la ley de la gravedad se alía con el mal y ya no hay manera de volver arriba. El ejemplo más claro lo tenemos en el par centenares de barracones en los que este año la escuela pública imparte sabiduría, que no doctrina. Los barracones van a más, como todo lo barato. Ocurre, además, que el listón tiende a bajarse para quienes están más necesitados de una mirada cariñosa: los pobres. Los que elegirían sin dudarlo un cuidado de primera para sus hijos, si tuvieran opción.

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