El presidente Trump insiste en apoyar a capa y espada a Roy Moore, candidato republicano por Alabama al Senado de su país, a pesar de que un sector de su propia organización no está conforme con la designación porque el referido sujeto, ultraconservador, ha sido acusado de acoso sexual por al menos ocho mujeres.
Durante la pasada campaña electoral, más de una docena de mujeres acusaron a Trump de acoso, y el entonces candidato utilizó varias veces expresiones machistas sencillamente inaceptables. Un vídeo de 2005 en que alardeaba de ello se hizo viral.
Así las cosas, la paradoja se ha vuelto llamativa: en Hollywood, algunas valientes denuncias de víctimas de la voracidad sexual de determinadas estrellas han conseguido efectos demoledores, que están teniendo eco en todo el mundo y consiguen un claro efecto dominó en varios países, como el Reino Unido. Sin embargo, mientras la sociedad americana reacciona y pone los medios para combatir esta lacra inaceptable, su presidente, elegido por sufragio universal, condesciende con los abusadores. Quizá en esta lucha sea necesario utilizar armas de más grueso calibre -siempre en sentido metafórico y pacífico- para que la democracia real se imponga a esta oscura violación de derechos que aún perdura en ciertas zonas de los países desarrollados.
