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Tren a Francia

En el tren que me lleva a Toulouse leo una entrevista entre el ministro de Educación francés y una profesora de filosofía. Hablan sobre la idoneidad de revisar el sistema educativo de Francia que, según ellos, se está quedando algo obsoleto. Están preocupados, y los argumentos son de peso. Ambos coinciden, además, en un punto: que la filosofía no debe ser sacrificada. Me alegro. Hablan sobre el peligro de edulcorar la educación en nombre de la igualdad. Ya saben, ese igualitarismo que no es otra cosa que una forma de aplanamiento de la excelencia. Un modo de convertir en papilla el conocimiento.

El tren sigue a buen ritmo en dirección a la bellísima ciudad de Burdeos, y la lectura ahora se detiene en la diferencia entre pensamiento y opinión. En definitiva, que sobran opiniones y falta pensamiento. Hay una algarabía de opiniones que no están sustentadas por argumento alguno, sólo por el cacareo inmediato, los deseos irreprimibles de meter baza. Retengo una frase de Francis Wolff: "la filosofía es para mí un cuestionamiento de niño con la voz de un adulto." Hermoso. Hermoso como las viñas, como este ondulante paisaje francés, como esta leve niebla que se va posando sobre las lomas. Compruebo que en muchos de mis viajes en tren viajo de espaldas al destino. Pienso en el ángel de Paul Klee, avanzando de espaldas hacia el futuro.

Y, de pronto, se me aparece el emotivo discurso de Leonard Cohen en Oviedo, al recibir el Premio Príncipe de Asturias. La anécdota del guitarrista flamenco que tocaba en las calles de Montreal. Un joven que le enseñó los tres o cuatro acordes que han sido fundamentales en la carrera musical del poeta judío. Cohen solía recordar que esos tres o cuatro acordes habían estructurado la mayoría de sus canciones. La cuarta sesión ya no tuvo lugar, pues el joven guitarrista se había suicidado. Pero también se me aparece el mismo Cohen que, una vez en la casa natal de Lorca, pide permiso para estar a solas en posición de sirsasana, una postura de equilibrio sobre la cabeza, que los practicantes de yoga conocemos. Un estimulante mental muy potente y una forma de meditación.

En Cognac hablaremos de islas, del hecho de ser insular y lo que ello supone. Complicidad inmediata con el sector siciliano. Lingotazos de coñac tras las charlas y debates, lecturas y entrevistas. Esa comunidad fugaz que durará tres días intensos y que luego se disolverá. No nos gustan las despedidas. Hay intercambios de direcciones y demás. Abrazos sentidos, sobre todo porque de algún modo somos conscientes de la fugacidad de todo.

Cansa hablar durante tres días en francés. Cansa y ensancha el corazón. El hotel se llama Le Cheval Blanc, y me parece un bello nombre. El restaurante, lugar del bebercio y demás intercambios verbales y afectuosos, tiene por nombre Le Coq d´Or, y también me parece un nombre acertado. Pero no me hagan mucho caso, cuando uno se siente feliz es capaz de aceptar lo, en principio, inaceptable.

Cambio de libro. Frédérik Pajak y sus dibujos negros, bien perfilados. Su Pavese, su Nietzsche, su Walter Benjamin. Fascinación por el texto y el trazo.

Una chica de Burdeos me cuenta episodios de su abuelo, natural de Valdepeñas, y al que no pudo conocer. Españoles que huyeron a Francia. Brindamos con V.S.O.P, nada menos.

Les hablo de la absoluta falta de conciencia balear. Cada isla es una isla dentro de una isla. Como la rosa o las muñecas rusas. Les recuerdo a los atentos oyentes la definición de archipiélago: constelación de islas unidas y separadas por el mismo elemento: el mar. Y, de alguna manera, más separadas que juntas.

Luego, volver. Como un adolescente con la mirada adherida a la ventana. Viendo pasar fragmentos de Francia.

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