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Daniel Capó

Gigantes turísticos

Nuestro carácter suele tender a los extremos. Ocurre en la política desde luego, como hemos podido comprobar estos últimos años. Ocurre en el deporte. Y ocurre también en la economía. Así, del optimismo que hace crecer las burbujas al pesimismo que invita a no asumir riesgos, la economía española responde a los altibajos del estado de ánimo. No es algo que nos distinga en exceso de lo que sucede en otros países de nuestro entorno -el capitalismo, al fin y al cabo, entra en crisis de forma recurrente-, pero sí que cuenta con sus particularidades como consecuencia del escaso tamaño de nuestras empresas, de un mercado regulado en exceso, de cierta falta crónica de ahorro y de una productividad en general inferior a la europea. Una economía más volátil -con altos niveles de paro estructural- no significa, sin embargo, que no se hayan producido grandes avances en términos de desarrollo y prosperidad. Y, de hecho, la industria española más exitosa compite de tú a tú con los gigantes internacionales. Es el caso de las multinacionales bancarias -Santander y BBVA, con posiciones dominantes en el Reino Unido, México, Turquía o Brasil-, de algunas constructoras -la más relevante sería Ferrovial-, de Telefónica o de los grandes conglomerados hoteleros -Meliá, Barceló, Riu, etc.- con sede en Mallorca.

El turismo ejemplifica las bondades de la internacionalización. Hace años que venimos hablando de la concurrencia de nuevos competidores y del agotamiento del modelo de sol y playa, que amenazaban con noquear la hostelería española. La presión de los turoperadores incidía en la bajada de precios e incentivaba la llegada de visitantes con escaso poder adquisitivo. Frente a los grandes resorts y complejos turísticos presentes en el Caribe, la oferta nacional languidecía confinada en la pequeña escala. Hace veinte o treinta años un primer dilema se abría paso: ¿cómo hacer frente al envejecimiento del modelo turístico español? La respuesta fue la correcta: internacionalizando las empresas, de modo que nuestra industria se hiciese menos sensible al ciclo europeo. Gracias a esa decisión, muchas cadenas hoteleras -en su mayoría mallorquinas- crecieron de forma notable y pudieron empezar a reinvertir los beneficios conseguidos en el exterior en la mejora del producto local. Actualmente, España no sólo bate récords en cuanto al número de visitantes año tras año, sino que algunas de estas compañías se han convertido en auténticos referentes mundiales. El caso más conocido es Sol Meliá, con cerca de cien mil habitaciones y una facturación multimillonaria. El otro ejemplo evidente es el grupo Barceló, que aspira a convertirse a corto plazo en la tercera cadena europea.

La apuesta de Barceló pasa por fusionarse con NH, una compañía cotizada en bolsa y especializada en hoteles urbanos de clase media, que complementaría el perfil más vacacional del grupo mallorquín. De fondo, la necesidad de seguir expandiéndose para poder afrontar con garantías el envite asiático: la región con mayor crecimiento del planeta. Los números resultantes -más de 600 hoteles y una facturación aproximada de 4.000 millones de euros- subrayan el potencial de un negocio global. Si la psicología de masas tiende a los extremos -y más en nuestro país-, las empresas robustas continúan afianzándose en cualquier entorno. Y el actual, definido por la globalización, los bajos tipos de interés y el auge del turismo, invita a continuar consolidando un modelo de negocio que vaya más allá de las estrecheces de los mercados locales. Que las grandes compañías hoteleras -Meliá y Barceló, Riu e Iberostar, por citar sólo las más conocidas- sigan creciendo constituye una magnífica noticia para la economía balear.

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