Cuando el Doctor Johnson diagnosticó que el patriotismo es el último refugio de los canallas, no podía imaginar que hubiera tantos. Hoy no cometes un solo acto, sexual o de cruzar la calle, sin que sea reinterpretado desde la vertiente patriótica. La alineación geográfica ha sustituido a la ideológica, con la humorística ceremonia de los jueces volcados en la dilucidación de sentimientos. Desde su recién adquirido papel de confesores, los magistrados gradúan el termostato identitario de sus investigados. Si se recalienta el narcisismo de las pequeñas diferencias, hay que encerrar al paciente, antes delincuente. Si confiesa sus pecados, antes crímenes, puede librarse con cuatro padrenuestros patrióticos.
El artículo 155 ha privado a los españoles del derecho a no ser español. Abstenerse de esta abnegada tarea garantiza el linchamiento. Por tanto, y antes de que sea demasiado tarde, hay que apuntalar el derecho todavía vigente a no ser mallorquín, en cualquiera de sus idiomas oficiales. Para información de los quisquillosos, se puede no ser mallorquín en cualquier sitio, y no es infrecuente que un comensal se levante de pronto en Le Cirque neoyorquino para proclamar que "no soy mallorquín, en absoluto. De hecho, soy de Kansas".
Sin ser desdeñable en América o Asia, la vivacidad del sentimiento de no mallorquinidad se dispara conforme te aproximas a Mallorca. En la isla ya no puede hablarse de una inclinación a despojarse de la identidad mallorquina, sino de una pasión desbocada. De hecho, y sin ánimo de agraviar a quienes no se sienten mallorquines en La Rioja, la isla ofrece todavía el entorno ideal para no ser mallorquín. Durante años, la ausencia de compromiso ha sido el requisito imprescindible para triunfar en nuestra tierra, donde "nuestra" va en sentido figurado porque hemos vendido hasta el subsuelo. De hecho, mis días más felices aquí han sido aquellos en que abjuré de la condición de mallorquín, y me comporté como un extranjero a quien no afectan los desmanes porque total tiene que marcharse.
