Tras el desmantelamiento del independentismo catalán, han quedado al descubierto sus horribles crímenes, a la altura del estalinismo. Es notorio que los secesionistas tienen la culpa de que la Agencia Europea del Medicamento no haya recalado en Barcelona. De haber sido elegida la ciudad española, el mérito sería de Rajoy. Los separatistas catalanes también son culpables de que la citada institución no recayera en Milán, por temor al contagio lombardo del independentismo catalán. La nefasta influencia de Puigdemont y compañía es responsable asimismo de que la Autoridad Bancaria Europea, prevista para Frankfurt, acabara ese mismo día en París.
La aplicación del 155 ha permitido demostrar por fin que el independentismo catalán tiene la culpa de que Madrid haya sido rechazada en media docena de ocasiones como sede olímpica, en contra de quienes culpaban aviesamente al PP. El inglés tembloroso de Ana Botella para defender la candidatura madrileña, se debió a la presencia en la sala de un secesionista amenazador. El catalanismo también es el causante de que el magnate estadounidense Sheldon Adelson retirara su gigantesco proyecto madrileño de Eurovegas.
La jubilación de Puigdemont en Bruselas autoriza a evaluar la extensión de los tentáculos independentistas. Ahora puede afirmarse, sin sombra de duda, que España no cuenta con un solo comisario europeo de peso debido a la amenaza siempre candente del secesionismo catalán. En este fenómeno deben buscarse asimismo las causas de que no haya ningún español en el consejo de administración del Banco Central Europeo, ante el riesgo real de una infiltración separatista de consecuencias irreversibles. De Guindos perdió sus opciones a presidir el Eurogrupo, avaladas por su pertenencia a un Gobierno del insigne Rajoy, en cuanto se comprobó el auge del catalanismo. Por último, es notorio que el retroceso electoral de Merkel en Alemania no se debe a sus políticas copiadas con avidez en Madrid, sino al referéndum del 1-0 en Cataluña. Y así sucesivamente.
