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Antonio Papell

El naufragio de Pablo Iglesias

El éxito de partida de Podemos, que arrancó en las manifestaciones del 15M de 2011, consistió en que supo mostrarse como una opción nueva, distinta y no asimilable a las ya establecidas

La última encuesta electoral del CIS dejaba a Podemos (18,2%) prácticamente empatado con Ciudadanos (17,5%). La de Metroscopia, publicada a mediados de noviembre, ya recogía toda la devastación padecida por el partido populista a causa de su conducta en Cataluña, y la organización caía estrepitosamente al cuarto lugar del ranking, después del PP, del PSC y de Ciudadanos (22,7%), con un escuálido 14,1%.

Algunos observadores ya anunciamos, al asistir a la entente ente Podemos e Izquierda Unida muñida por Julio Anguita, que con aquella alianza, que destruía definitivamente la pretensiones de transversalidad que había mantenido Podemos desde su fundación, la formación de Pablo Iglesias acabaría confinándose en el nicho de la extrema izquierda, que en España es significativo políticamente pero irrelevante a efectos de gobernabilidad. De hecho, Anguita, coordinador general de Izquierda Unida entre 1989 y el 2000, llevó a su movimiento político a lo más alto en 1996? una posición que no pasó del 10,54% de los votos y 21 escaños.

El éxito de partida de Podemos, que arrancó en las manifestaciones del 15M de 2011, consistió en que supo mostrarse como una opción nueva, distinta y no asimilable a las ya establecidas, que ofrecía respuestas imaginativas y diferentes a los grupos sociales más necesitados de respuestas por efectos de la gravísima crisis económica. Lo ha explicado a la perfección Luis Alegre en su comentado prólogo a la obra de Carlos Fernández Liria En defensa del populismo: "En las calles latía una mayoría social que reclamaba cambios; que denunciaba que 'no nos representan'; que se escandalizaba ante el desmantelamiento de la sanidad y la educación públicas; que consideraba intolerable que los bancos nos pudieran echar de nuestras casas a través de una ley injusta [?]. Sin embargo, el único modo de transformar esa mayoría social en poder político era dejar de jugar en los márgenes de un eje ya dado (en los que sólo se puede aspirar a un resultado marginal). Si se quería ganar el partido, no se trataba sólo de jugar bien, sino, ante todo, de pintar de otro modo las líneas del campo".

Iglesias ha hecho todo lo contrario: se ha aliado con la extrema izquierda, con el clásico PC, ubicado en el sistema y vinculado históricamente al régimen del 78, y desde esta posición excéntrica ha jugado a ser antisistema, para lo cual, disfrazado de enfant terrible, ha cometido el error adicional de simpatizar con el nacionalismo. Su condescendencia con el 'derecho a decidir', es decir, con el derecho de autodeterminación, no sólo no es 'moderno' sino que se vincula a los sectores más reaccionarios de Europa. Y, por su supuesto, su papel en Cataluña junto a la ambigua Colau le ha granjeado la inquina del resto del Estado español. El independentista Dante Fachin ya no es el líder de Podemos en Cataluña, pero la alianza con Colau deja a Iglesias en un territorio detestado por la opinión pública española. La rebelión de Carolina Bescansa, autoritariamente silenciada por Iglesias, confirma el diagnóstico y demuestra que un sector nada desdeñable de Podemos está horrorizado por el desvío de su líder hacia la nada soberanista.

Esta curiosa mezcla de actitud antisistema y de ligazón siquiera teórica con la extrema izquierda de origen leninista ha roto definitivamente los puentes entre Podemos y la socialdemocracia, que ya quedaron muy dañados cuando Iglesias se negó a respaldar el pacto PSOE-Ciudadanos que hubiera llevado a Sánchez a la presidencia del Gobierno, una negativa que representaba por cierto el espaldarazo de Iglesias al Partido Popular para seguir en el poder.

En definitiva, Podemos avanza precipitadamente hacia la irrelevancia, y cada vez es más imposible un gobierno estatal de izquierdas formado por PSOE y Podemos, no sólo inconciliables sino radicalmente discrepantes en lo fundamental. La modernización que llevaba Iglesias bajo el brazo al llegar a la política ya no suscita siquiera interés porque él, manifiestamente, no cree en el 78, y esta sociedad no admitiría una propuesta 'a la venezolana'. Además, con la recuperación económica, Podemos perderá el voto reactivo de los indignados. Ahora sólo está por ver cuánto tiempo tardará Alberto Garzón en imponer sus criterios sobre la vaguedad inasible de su socio chavista.

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