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Lo correcto

Hace una semana en estas mismas páginas intentaba yo separar dos conceptos. Uno espantosamente falso y otro simplemente sucio: la corrección política el primero, el sexismo el segundo. ¿A qué relacionarlos? Pues a que la progresión de los conceptos tiende en este caso a hacerlos iguales. Y entonces, el sexismo deja de ser sexismo y se transforma en algo simplemente incorrecto. Solo que la incorrección política es una idiotez y el acoso, un delito, cuando menos social (en el sentido de que tampoco es para ponerse así, si le toco el trasero a la chica será porque me está provocando; y no le hago daño a nadie, es simplemente una broma). De modo que no son equiparables.

Bueno, el sexismo ha sido desenmascarado. Ya no se aceptan ni las ligeras palmaditas del presidente de la compañía en el culo de la secretaria, aunque tal vez, si la cosa acaba en matrimonio, valga la pena ignorarlas. La catarata de acusaciones (me rozó la cintura hace 30 años) es imparable hasta la estupidez (y ¿por qué no le dio usted una bofetada?) pero no porque se trate de gestos más o menos inocentes sino porque se realizan aprovechando la autoridad y el miedo, la dominación y la violencia. En mis tiempos de juventud, estos tocamientos se despachaban con un bofetón: eran frecuentes en el metro de Madrid. Claro que hay acosos y acosos. No quiero decir que unos sean perdonables y otros no: todos son imperdonables. Pero todos están en el umbral, en el origen de lo políticamente incorrecto, hasta los más mínimos gestos entran ya en la doble categoría. Está bien que lo sean para una, pero está fatal que lo sean para la otra.

Antes, un ciego era un ciego. Ahora es un invidente. En el reino de los invidentes, el invidente parcial es rey. Como si la palabra ciego fuera un insulto o una falta de respeto. Peor ciego que invidente. Peor cojo que impedido.

La desviación del lenguaje no es precisión sino degeneración de los conceptos.

En mis tiempos de escolar el castigo corporal era igual de malo que ahora, pero se creía justificado. Que se haya eliminado de los sistemas educativos no responde a que ahora sea inconveniente castigar al niño por salvaguardar su entidad síquica (corrección política) sino a que es una bestialidad (acoso prepotente) ahora y siempre.

El ejemplo más típico de corrección se encuentra en Estados Unidos: es la alteración de definiciones para llegar a pisar la raya sin salirse de ella ni ofender a nadie. Los indios del Far-West ahora son nativos americanos y los negros son afroamericanos o incluso afrolatinoamericanos. Todo para disimular el supremacismo blanco y que indios y negros no se ofendan con el desprecio. Solo que el desprecio no está en el apelativo sino en la utilización del color de piel para distinguirlos. ¿Blancamericanos? En una ocasión Peter Ustinov fue rechazado en la frontera de Nueva York y reexpedido a Londres por haber puesto "rosa" en la casilla "color de piel" del formulario de entrada. Le tomaron por comunista cuando él, por ser preciso, describía la tonalidad de su epidermis.

La corrección se aplica a todo, no solo al idioma. Ahora, si un chico recibe un pedrada, en lugar de ponerle un esparadrapo, se le lleva a urgencias para que le den puntos y le hagan un escáner. Si castigas a tu hijo por mal estudiante o por faltón con su madre, te lleva a los tribunales y es probable que los tribunales le den la razón. Y no quiero decir nada si lo que pretendo es que se vaya de casa, por muchos 30 años que tenga. Esta deformación societaria no educa a nadie, solo atemoriza.

La próxima vez que vaya usted a utilizar un concepto meloso, amigo lector, piense que es más propio llamar al pan, pan y al vino, vino. Y no harina horneada o fermentación de uva.

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