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Mercè  Marrero

La suerte de besar

Mercè Marrero Fuster

Para todos y para cada uno

El padre de un niño con trastorno del espectro autista estalló en redes. "Mi hijo tiene autismo, no lepra" vociferó. Que los árboles de tuits y retuits no nos impidan ver el bosque.

Que alguien te rechace sienta fatal. Que alguien rechace a la persona que más quieres sienta fatal de los fatales. Si, además, esa persona tiene alguna necesidad de apoyo, el rechazo provoca un meneo primitivo en las vísceras. Y una tristeza y desesperación profundas.

He leído la explosión en redes del padre de un niño con trastorno del espectro autista. Un post cargado de rabia por la injusticia de ver cómo un niño de seis años no es invitado a una sola fiesta de cumpleaños por ser como es. Poco después, la madre lo compartía en otra red social. La noticia recogía las respuestas y los me gusta que el comentario suscitaba. ¿Cómo no hacerle caso a un padre que clama que su hijo no tiene la lepra? Pero, ¿sirve para algo tanto ruido en la red? Creo que los árboles del retuiteo nos están impidiendo ver el bosque. El foco no está en la cantidad de veces que la gente muestra su solidaridad, o en los 6.000 clic que lo han marcado como favorito. Ese bombo y platillo está bien, pero es anecdótico en comparación con lo importante. Si no somos capaces de hacer una sociedad para todos en la que los detalles de cada uno son importantes, entonces mejor bajarse del tren y esperar a que pase otro. Si no podemos defenestrar al docente a cargo de esa clase, mal andamos. Y el problema lo tenemos con los verdaderos responsables de este desaguisado social: los papis guapos y las mamis chulis que permiten un rechazo colectivo.

Sin embargo, los auténticos perdedores son los niños que sólo invitan a amiguitos perfectos. Una pena crecer perdiéndote tanto. Sin saber que las diferencias enriquecen. Sin palpar que la vida es más vivible y más divertida si la miras desde distintos prismas. Cuantos más, mejor. Estos niños crecerán sin aprender a ponerse en la piel de otra persona. Y cuando sean adultos valorarán a los otros por lo que tienen y no por lo que son. Una pena porque de esto último ya vamos muy sobrados. Necesitamos a personas bondadosas, solidarias y respetuosas. Esos niños que no invitan al diferente se pierden captar que nuestra esencia: la de los capaces, menos capaces, altos, jorobados, guapos o adefesios es bastante similar. Para bien y para mal. Como no lo aprenderán, no sentirán la liberación y la felicidad que da la humildad. Así que, ¿quién pierde más? ¿El niño al que no han invitado o el resto que deja pasar la oportunidad?

Comprendo, pero no comparto, la desesperación del padre que estalla en redes. Me incomoda ver cómo se vulnera la intimidad de un niño. No quiero saber su nombre, conocer su cara o su diagnóstico. Quiero saber cómo detectamos y no toleramos la injusticia. Cómo hacemos una sociedad con espacios reales y dignos para todos. Para los que necesitan un apoyo y para los que necesitan mil y uno. Cómo nos responsabilizamos de los que no tuvieron la misma suerte que tú y que yo. Aquellos que al nacer, y sólo por azar, ya empezaron en una casilla de salida menos equitativa y con más dificultades. Eso es, en mi opinión, por lo que vale la pena vociferar. En redes y donde haga falta.

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