En los últimos meses los titulares sobre los casos de acoso sexual han ido teniendo una presencia progresiva. No es exagerado afirmar que no hay un solo día en que no haya algo sobre el tema. Políticos, empresarios, docentes, actores, fotógrafos y quienes sean que hayan tenido el poder suficiente van quedando marcados por denuncias de sus víctimas.

Los análisis sociológicos coinciden en que la consolidación de los derechos de la mujer no se dan solo a nivel jurídico sino en el imaginario social y, esa es sin duda una de las razones de este estallido de denuncias.

La opinión pública necesita cosas simples. Criminales que realizan actos delictivos que son castigados con el escarnio o sanciones penales, como ocurre con cualquier crimen.

Sin embargo las cosas son más complicadas. Al menos por lo que estos actos revelan sobre los vínculos entre las personas y la psicología de los protagonistas de estos delitos.

De una manera esquemática podrían describirse dos fenómenos relacionados pero diferentes. El carácter universal del poder en las relaciones humanas y el peso de la autoestima en las conductas sociales.

Respecto al primer fenómeno, lo destacable es que cualquiera que sea la situación en que los seres humanos acumulan poder se generan las condiciones para el apoderamiento de los recursos, bienes o cualidades de los demás. La esclavitud, aunque abolida, sobrevive hoy día, disimulada de muchas formas. Como ejemplo, el pasado mes de mayo este periódico informaba que la Audiencia Provincial ordenaba el ingreso en prisión de dos empresarios de la restauración por la explotación de sus trabajadores. Aprovechándose de su situación de vulnerabilidad los hacían trabajar jornadas de 14 horas entre otros aberrantes abusos de sus derechos. Las diversas formas de opresión de muchas dictaduras provee muchos ejemplos adicionales.

La trata de personas, ya sea por las mafias que embarcan desesperados en pateras o a través de la prostitución son más ejemplos de la universalidad del abuso.

Aunque no sea muy edificante, hemos de admitir que algunos seres humanos cuando pueden, y el poder sirve para ello, actúan en función de su beneficio a expensas de sus semejantes.

Entre muchos otros, los últimos y más notorios casos, incluyen a Michael Fallon el ministro de defensa de Inglaterra, que ha renunciado por el impacto de una denuncia de abuso, el de Harvey Weinstein el mega empresario de la industria cinematográfica americana, que ha sido apartado de su empresa tras una cascada de denuncias de diversas actrices abusadas y violadas. Estas denuncias están enlodando Hollywood, pues ha salido a la luz que esos abusos de poder son parte de un mecanismo habitual. Jóvenes chicas y chicos guapos que ambicionan un papel que les permita el estrellato pagan con sexo a los empresarios de quienes depende la decisión.

Realmente, nada de esta condición universal de la tendencia a la explotación y el abuso de quienes tienen poder es novedoso. Es quizás más interesante, por ser menos comprendido y visible el segundo de los aspectos que anticipé. Lo que estos hechos revelan sobre la estructura mental de los protagonistas de estos actos.

Desde el punto de vista psicológico, la sexualidad humana, aunque se origine en una necesidad fisiológica, puede estar acompañada de aspectos emocionales y socio afectivos complejos. Aunque suene pueril, el amor es la fusión de esos ingredientes en un mundo de intersubjetividad.

Desde este punto de vista la ausencia o distorsión de estos factores intersubjetivos, es decir, la importancia del otro, es lo que identifica fenómenos como la masturbación, la obtención de servicios sexuales por medio de una transacción económica, el uso de muñecas sexuales, la coerción o la violación. Aunque haya distintas implicaciones éticas entre un cliente que pacta un servicio sexual y un abusador, tienen en común la obtención de una satisfacción sexual prescindiendo del deseo de la otra persona.

Precisamente el desprecio por el deseo y la excitación de las víctimas es la condición fundamental que permite hablar de abuso. Es importante destacar que para el abusador el acto sexual tiene un carácter plano, unidireccional y rudimentario, y por encima de todo, de una absoluta soledad.

La psicología forense es la rama de la psicología que estudia e interviene en los tribunales de justicia, y en el análisis del funcionamiento psíquico de delincuentes y criminales.

Como los violadores y abusadores son en diverso grado delincuentes interesa la comprensión de su psiquismo.

Por todo lo antedicho es evidente que la satisfacción sexual que se procura el abusador, tanto como el que paga un servicio sexual, es precaria en la medida que prescinde del interés de la otra persona. Más aún, puede que para quien es objeto de abuso exista solo terror y repugnancia.

¿Por qué alguien podría optar por una forma tan degradada y empobrecida de sexualidad?

Una de las explicaciones más convincentes es que en el abusador subyace una radical falta de autoestima.

El acosador tanto como el que paga por sexo renuncia a la seducción porque no cree en la posibilidad de merecer el reconocimiento, la valoración y el amor de una mujer.

El sentimiento de desesperanza, de sentirse despreciable y despreciado lo lleva a obtener, al menos, una migaja, un solitario momento de saciedad ante la imposibilidad de un banquete de amor.

* Psicólogo clínico