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Sumisión

Fue el pasado mes de septiembre. En la presentación del libro de uno de mis maestros de la universidad. Porque hay profesores y maestros -a estos últimos no es necesario haberlos tenido en clase-. Hacía calor. Después de un interesante debate sobre algunos de los aspectos más preocupantes del país en el que nos hemos convertido, decidí quedarme a tomar una cerveza con el editor del ensayo. Yo llevaba una americana de rayas diplomáticas y una camiseta de escote cuadrado. Me refiero a mi vestimenta y no a la de mi acompañante porque, al acercarnos a la barra, alguien que le conocía le hizo un comentario sobre mi ´delantera´ que lamento no recordar con exactitud. Me indignó profundamente. Pero callé e hice como si no lo hubiera oído. También calló él, aunque sé de sobra que me respeta.

Estos días trataba de recordar cuál había sido la última vez que una frase o un gesto me había hecho sentir incómoda. Y me apostaría el sueldo a que a las lectoras de estas líneas la situación no les es ajena. Probablemente en algún momento de nuestras vidas todas hemos sido objeto o testigos de una actitud fuera de lugar. Ahora no callaría. Le contestaría que sí, que mis tetas son estupendas y que pienso seguir poniéndome un escote que las realce. Sin que ello dé derecho a cerdos como él a hacer comentarios obscenos a quien no conoce. Y que -además de ellas- tengo muchos otros argumentos y cosas que ofrecer. El caso es que, por no ser desagradable ni montar un numerito, callé.

Les cuento esto a raíz de la polémica desatada por una supuesta palmada en el culo a una alto cargo del Consell de Mallorca. Una chica valiente y preparada a quien -a raíz de lo ocurrido- he tenido el gusto de conocer. Ella se ha mostrado dolida porque no se sintió agredida y no se ha tenido en cuenta su punto de vista antes de dar por hecho que así había sido. Es evidente que no es equiparable un toque en la cadera a un gesto sexual explícito ni a un bofetón. Pero el caso es que es ella la que ha salido públicamente a dar explicaciones -a él no le hemos oído todavía- y quien ha saltado a la palestra por este hecho en lugar de por su trabajo de todo un año, que era el motivo de su comparecencia.

Quiero decir que entiendo perfectamente su enfado porque ella también tiene mucho más que ofrecer que un buen físico y una cara bonita. El único punto en el que no estamos 100% de acuerdo es en que si la afectada no se siente agredida no hay nada que reprochar. No podemos situar el umbral de lo censurable en el sentimiento de ofensa personal. Porque -desgraciadamente- muchas toleran, normalizan y justifican las agresiones de las que son víctimas. Y muchos. Que quede claro que no estoy diciendo que sea el caso. Cuanto menos, me pareció un gesto fuera de lugar en una presentación pública y con la sala llena de periodistas. Sin que ello suponga banalizar un ápice comportamientos más graves. Es difícil establecer un criterio sobre qué es admisible o no de una manera objetiva: depende del contexto y el grado de confianza. Pero en general se mide por el respeto. Tal vez sería bueno no hacer ni decir nada que no le gustaría a uno que le hicieran o dijeran a una hija, por ejemplo.

Nos escandalizamos con Harvey Weinsten, Kevin Spacey o los casos que -con la campaña #metoo- han salido a la luz en las instituciones europeas. Nos preguntamos cómo puede ser que nadie haya denunciado antes. Ni siquiera los varones que conocían los abusos. Y yo les recomiendo que lean ´Sumisión´, de Michel Houellebecq. Una novela distópica sobre una futura Francia en manos de los Hermanos Musulmanes: una sociedad polígama -sólo ellos, naturalmente- y con una universidad de la Sorbona rebosante de petrodólares saudíes en la que las féminas han sido apartadas de la docencia. Quizá en ella descubran cómo y por qué un profesor en desacuerdo con esos valores acaba volviendo a enseñar allí a cambio de un buen sueldo, una vida cómoda y una mujer para cada cosa.

Lo que parece meridianamente claro es que no es necesario trasladarse a un futuro imaginario para ser testigos de la tolerancia social a comportamientos denigrantes hacia la mujer. En el primer mundo. En el siglo XXI. Los acontecimientos de esta última semana deben servirnos para aprender de lo que hemos hecho mal a la hora de denunciar una situación que nos parece reprobable. Hacer examen de conciencia y la contricción que sea necesaria. Pero -sin duda- es imprescindible poner sobre la mesa que hay comportamientos, comentarios y gestos que no deberíamos consentir. Ni somos trozos de carne, ni seres inferiores a quienes haya que tutelar, ni un peligro al que haya que controlar. Así que se acabó la sumisión de tratarnos como tales.

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