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Antonio Papell

Cataluña: realidad y desinformación

staríamos haciéndonos trampas en el solitario si no mantuviéramos la convicción de que el conflicto catalán es, en buena medida, consecuencia de los errores cometidos por el Estado en Cataluña, no menos que de una enfermiza prospección introspectiva de los catalanes en su ensimismamiento nacionalista. Quiero decir que la colisión que hemos experimentado y de la que estamos tratando de salir de la mejor manera posible es genuinamente un producto propio y autóctono, por lo que carece de sentido atribuir a otros la responsabilidad. Dicho lo cual, hay que reconocer también la evidencia de que la desinformación malintencionada ha jugado un papel esencial en el conflicto. Desinformación que ha sido de dos clases: la intoxicación utilizada por el nacionalismo como instrumento falsario de movilización y agitación de masas, y la manipulación mediática llevada a cabo por agentes externos al servicio de intereses concretos en la geoestrategia mundial.

El primer capítulo, el de la intoxicación nacionalista, incluye la tergiversación de la historia y del relato en la escuela, así como la manipulación política interesada que desinforma a la ciudadanía de los términos de la autonomía política de que disfruta Cataluña. El adoctrinamiento en las tesis nacionalistas es un hecho incontrovertible, que puede demostrarse cotejando los textos que se manejan en el sistema educativo. Es urgente que el Estado, a través de instituciones técnicas y neutrales de prestigio (la Aneca, la Real Academia de la Historia, etc.), desarrolle la labor de inspección y control que le corresponde, no para censurar los contenidos, obviamente, sino para perseguir abiertamente la desinformación maliciosa y los mensajes de odio que se deslizan en el actual sistema docente, incluida la escuela pública. En lo referente a los tópicos políticos inciertos que se han hecho circular -desde las inexactas balanzas fiscales que se han publicado hasta la burda y falaz consigna de "España nos roba"„, es necesario que los intelectuales, la Universidad, los partidos y el sistema mediático hagan un esfuerzo por imponer la veracidad en los discursos que vertebran el devenir de la sociedad catalana.

El segundo capítulo, el de manipulación mediática en las redes sociales y medios de comunicación de Internet, hay suficientes datos para que el Estado tome cartas en el asunto. La prensa española, que está realizando una meritoria profilaxis, ha divulgado ya sus hallazgos, y es una realidad la injerencia extranjera. Por los medios que han investigado el caso sabemos que la herramienta 'Hamilton 68', utilizada por la Alianza para Asegurar la Democracia (una organización formada tras el escándalo de la 'posverdad' en las elecciones americanas de 2016 que dieron la victoria a Trump), y que analiza de forma permanente unos 600 perfiles de las redes sociales vinculados al Kremlin, detectó que en las semanas previas al referéndum ilegal del 1-O uno de los hastags más frecuentados era #Catalonia. A estas cuentas se sumó Julian Assange, quien por las mismas fechas agitó a los seguidores de Wikileaks para que difundieran una visión deformada de aquella consulta, que hacía pasar a España como el país opresor y a Cataluña como la nación históricamente maltratada. Naturalmente, a esta campaña se adhirieron el colectivo de hackers Anonymous y el analista Edward Snowden, asilado en Rusia después de que los Estados Unidos decretaran su busca y captura por revelación de secretos de Estado.

Parece evidente que el Estado español, a través del CNI y de otras instituciones oficiales, tendría que contar ya con medios suficientes para detectar estas agresiones, que deberían ser respondidas con contramedidas y, sobre todo, con respuestas políticas. Porque no acaba de entenderse que en tanto progresa esta campaña de desinformación, a la que contribuyen gustosamente Puigdemont y todo el soberanismo en general, no se escuchen los correspondientes desmentidos de forma sistemática, que deberían servir de fondo a las ocasionales declaraciones solemnes de los dirigentes políticos que también brillan por su ausencia. Evidentemente, el conflicto catalán no se va a resolver eliminando la posverdad pero ya está demasiado enmarañado el problema como para consentir pasivamente que la mentira de adueñe sistemáticamente de él.

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