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LO QUE HAY QUE OÍR

El síndrome de Nochevieja

Si ustedes, por la razón que fuere, desean a toda costa evitar la compañía o la cercanía de escritores, les facilito aquí dos métodos infalibles para evitarles tan amargo trago. Acudan a la presentación de un libro de un escritor y no hallarán en la sala a ninguno más que al presentante. Acudan a una conferencia o a una charla o a una entrevista pública o a la entrega de un premio de un escritor y no hallarán en la sala a ninguno más que al conferenciante, charlante, entrevistado o premiado. (Bueno, sí, exagero un poco: algún amigo del interfecto acude, pero suele llegar temprano, solo para saludar, ser visto y largarse zumbando compromisos ineludibles; o se va quince minutos antes del final, señalando el móvil con las cejas de disculpas arqueadas hacia la mesa presidencial). Precisamente, hace unos días me guasapeó un colega mío para preguntarme si iba a asistir a no sé qué movida de otra colega. Naturalmente, le dije que ni por pienso, que nanay. Le contrarió mucho la falsísima disculpa que yo me había inventado para escurrir el bulto, pues era esa precisamente la que iba a usar él. "Tngo k ponrme a inventar, bro", fue su último mensaje. Los escritores suelen estar de viaje cuando otros escritores salen a la palestra. El índice de parientes enfermos entre los escritores asciende de manera alarmante cuando otro escritor actúa en público. Las dolencias propias recidivan y se recrudecen, las crisis depresivas se tornan insoportables ("Me gustaría ir, pero ya sabes cómo estoy"), los negocios apremian ese día ("Precisamente hoy, caray, qué mala suerte, con lo que iba a disfrutar"). Tan extraño fenómeno lo explican tres causas y no excluyentes.

A la primera, la llamo "el síndrome de la Nochevieja". Del mismo modo que irse de marcha en Nochevieja se ha tornado obsoleto - pues abruman las oportunidades de juerga cualquier día del año- , la oferta diaria de ponencias y conferencias, conciertos, coros y danzas, estrenos, exposiciones, homenajes, inauguraciones y aniversarios, qué sé yo, de la Asociación de Amigos del Bígaro Cocido es tan abundante que las colisiones horarias devienen inevitables. Y, para quedar mal con unos, se queda mal con todos, ya está. La segunda es el enorme latazo en que hemos convertido nuestras salidas al ruedo muchos de quienes escribimos, la enorme tabarra que damos hablando en público de nuestras cositas con empedrada dicción, engolamiento ahogado y entonación

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