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De la alta costura a la baja economía

Acabo de leer una entrevista hecha a John Galliano el año pasado, un documento raro, pues el diseñador no suele prodigarse en los medios. Tras una particular travesía del desierto cuyo punto culminante fue el desafortunadísimo episodio de hace cinco años, su brillo pareció esfumarse, y su nombre, que había sido sinónimo de glamour y triunfo urbi et orbi, se borró de la casa Christian Dior donde reinaba. Se borró de manera tan radical que nadie creyó entonces que volviera a tener futuro dentro de la alta costura. Sus prendas -imaginativas, sugerentes, de una opulencia impecable- marcaron un hito; quizá por eso su caída fue más sonora, y el rechazo social, en apariencia, más ejemplarizante. Y por eso reconforta encontrar en la entrevista a una persona que ha sabido reconocer sus errores, afrontarlos e incluso, con un leve eco de humildad, reinventarse en una nueva ilusión.

"Nunca se deja de aprender", afirma en ella, sin referirse únicamente a su actual labor de diseñador en la firma Maison Margiela. Con el mismo afán con que a mediados de los 90 recreaba prendas inspiradas en el Renacimiento, Galliano da forma ahora a chaquetas, faldas o abrigos de corte sobrio pero en el límite de la realidad, fragmentados, abiertos. Esquemas de vestidos combinando texturas que invitan a la caricia o al tacto incrédulo, en un imposible, a la vez, delicado y casi agresivo. Colores contundentes y tiernos. Piezas casi a medio camino del museo, que las modelos exhibieron en su día marcando el paso con unas espléndidas botas de caña alta: azules, blancas, doradas. Piezas que no dejan indiferente Porque, por suerte, hoy como ayer Galliano no crea según las matemáticas, sino siguiendo su emoción. Ver la colección de Maison Margiela para esta temporada es entrar por unos instantes en un mundo en el que detrás de un aparente caos se advierte una mano que, sabiamente, ordena -o desordena- a su antojo para deleite de los sentidos.

En estos días no abundan noticias que transmitan esa sensación. Más bien todo lo contrario. Pero como no sólo de sueños de pasarela vive la persona, es preciso bajar a la arena. Y ahí, entre las muchas realidades complicadas de cada día, me llaman la atención los datos nada halagüeños con que se enfrenta un sector social en expansión: los jubilados. Igual que las alteraciones climáticas no son un proyecto de futuro sino evidente realidad, el empobrecimiento de los pensionistas es ya palpable, cada vez más desde que la revisión anual de las pensiones dejó de vincularse al IPC. Y se anuncian más alegrías. Así, calculan que dentro de treinta años el trabajador percibirá al jubilarse menos del 50% de su sueldo, con una inflación media del 2% y una revalorización del 0,25%. Al menos, una cosa se ha conseguido con las medidas económicas de los últimos años: que en España el panorama escalofríe por igual a la tercera edad y a la segunda. Menos mal que siempre nos quedará el Black Friday.

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