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Librerías

Una de las imágenes más tristes de estos últimos años era ir a una librería donde nos gustaba echar el rato hojeando libros, y descubrir de repente que el escaparate estaba vacío y lleno de churretones de cal. Un mes o dos antes habíamos estado allí, charlando con la librera o escrutando los libros que llenaban el escaparate, y aunque habíamos oído las quejas de la librera -casi siempre era una mujer- y la habíamos visto meter libros y más libros en las cajas de devoluciones, jamás nos habíamos imaginado que fuera a echar tan pronto el cierre. Pero así fue. Y en aquel local apareció al cabo de unos meses una heladería o un gastrobar, como le pasó a aquella librería de viejo londinense -Booklovers Corner- en la que trabajó unos años George Orwell y que ahora es una pizzería.

Estos días, sin embargo, la noticia es que están volviendo a abrir las librerías. Sí, muchas librerías. Y casi siempre especializadas: en literatura infantil, en libros de viajes, en libros de ficción, en no ficción, en poesía, en ciencia, o bien las que alternan la librería con talleres o con cafés o con enotecas (como la Biblioteca de Babel en Palma). El caso es que las librerías vuelven a resurgir. Y eso es una muy buena noticia para todos. En Inverness hay una librería que ocupa una antigua iglesia presbiteriana. En Lisboa hay otra pequeña librería instalada en una furgoneta pintada de blanco y azul. En una de las cimas de Santorini hay otra que tiene una maravillosa terraza que da al mar. En Victoria, en Canadá, está aún en funcionamiento la librería que Alice Munro abrió con su marido, en 1963, en la antigua sede del Real Banco de Canadá (Munro´s Books of Victoria, se llama); se decía que la pareja guardaba los libros en depósito en la antigua cripta del banco, justo donde estaba la caja fuerte. Y en un canal de Lichfield, en el centro de Inglaterra, hay una librería en una barcaza de color negro que parece una extraña locomotora naval. Se llama The Book Barge.

Si me preguntan por qué me gustan las librerías no sabría dar una respuesta coherente. Sólo se me ocurriría decir que me sirvieron, hace muchos años, para hacerme creer que vivía en un país civilizado cuando no lo era en absoluto (hablo de los lejanos tiempos del franquismo, tan evocados ahora por la gente que no tiene ni idea de cómo fueron en realidad). Porque llegaba una de aquellas lúgubres tardes de la negra provincia, y no había ningún sitio que te pareciera lo suficientemente atractivo en toda Palma, y la cabeza te empezaba a dar vueltas, y te sentías frustrado y avergonzado y lleno de malas ideas. Y de repente la impaciencia y el desasosiego te hacían salir a la calle, y al cabo de un rato, sin saber cómo, estabas en la librería Logos de don Domingo Perelló -que estaba en la calle Mestre Torrandell-, y enseguida ya se te habían pasado el desasosiego y la rabia. Y mientras trasteabas con los libros, oías a don Domingo comentar que había habido un atentado en Egipto, y uno de los clientes habituales comentaba que sí, que habían matado al dictador Sadat, y otro de los contertulios, quizá Cristóbal Serra, decía que eso ya lo había anunciado la Vidente Catalina Emmerick -"sa Vident"- en una de sus profecías -aquella que hacía referencia a la dedicación del Templo Salomónico-, y tú de pronto encontrabas una edición argentina de los "Prólogos, con un prólogo de prólogos" de Borges, y corrías a comprar el libro (si tenías dinero), y si no, buscabas la forma de hacerte con él por el método que fuera, mientras el otro contertulio -sí, era Cristóbal Serra- explicaba que sus propios soldados habían matado a Sadat, así que todo había ocurrido según lo anunciado por la Vidente, justo en aquel párrafo que contaba lo que pasó con los soldados que vigilaban la Fortaleza Antonia de Jerusalén. Y todo eso, todo eso -y mucho más-, ocurría en una simple librería de una ciudad de provincias.

Dos de los lugares más hermosos que conozco son librerías. Una se llama "Lello e Irmao" y está en Oporto. Por desgracia hay tantos visitantes que apenas se pueden ver los libros, hasta el punto de que el dueño ha tenido que limitar la entrada cobrando tres euros. La otra se llama la Librairie des Colonnes y está en Tánger, en el número 54 del Boulevard Pasteur, aunque ahora ya no la lleva la tangerina Rachel Muyal sino el heredero del imperio de Yves Saint-Laurent, Pierre Bergé, que la ha convertido en una de esas cosas lujosas y satinadas y artificiales que sólo están pensadas para las revistas de decoración. El antiguo escaparate siempre lleno de libros ahora ya ha desaparecido, y ocupan su lugar unas frígidas columnas de color Burdeos y un letrero que dice Bookshop lo mismo que podría decir Zen Garden o Sushi Bar. Pero aun así, ese local sigue conservando el sabor de lo que fue, y uno puede imaginar que en cualquier momento saldrá Mohamed Chukri, trastabillando, ajustándose la bufanda y tocándose la vieja cicatriz que le dejó una cuchillada en la frente. Y entonces, al verte, te preguntará si tienes algo que hacer. ¿No? Entonces vamos a tomar una copa al Negresco, ya sabes, está aquí al lado.

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