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Antonio Tarabini

Entrebancs

Antonio Tarabini

Los mallorquines, riesgos y oportunidades

Los mallorquines estamos inquietos por el akelarre catalán, pero también ocupados y preocupados por los cuitos cotidianos (subida de la luz, 0,25% de las pensiones€). Dícese que el Parlament es el lugar donde se debaten los problemas cotidianos de los ciudadanos. Es probable que algún lector me califique como un "masoca" al enterarse que asistí, el primer día físicamente y el segundo a través de IB3, al Debate sobre el Estado de la Autonomía celebrado en nuestro Parlament hace escasas fechas. Entre otros avatares me llamó la atención el qué y el cómo todos/as oradores, con mayor o menor intensidad, se dirigían a los ciudadanos/as (no muy abundantes en el aforo) y especialmente a las clases medias. Y me pregunté, y me sigo preguntando, ¿a qué ciudadanos/as se dirigían? Se supone que a los propios de estas islas.

Por obligación y devoción rastreo, con mayor o menor éxito, en las diversas realidades (políticas, económicas, sociales, cívicas, culturales€) que con sus éxitos y fracasos constituyen nuestra sociedad. Y hoy, en este espacio acotado, voy a intentar aproximarme a los rasgos que definen nuestro vivir y convivir individual y colectivo, especialmente de los mallorquines. La tarea no resulta fácil. Ni Karl Popper con su sociedad abierta, ni Zygmunt Bauman con su modernidad líquida, permitirían embotellar a los mallorquines en modelos previamente diseñados y/o embutirlos en casillas sociológicas válidas en épocas pasadas. Vivimos y convivimos en un tiempo y espacio concreto pero inmersos en una globalidad con sus ventajas e inconvenientes. En la Mallorca de hoy tales nuevas características sociológicas tienen carta de ciudadanía, especialmente desde la década de los 70 donde apostamos por el turismo. Cambiamos de modelo social rompiendo con la Mallorca de tintes feudales, con una nueva burguesía que comenzó a surgir, y unas nuevas clases medias pujantes. El bienestar y el progreso parecían haberse instalado. Y tal pujanza posibilitaba participar de un modelo social abierto. Dominaba un optimismo casi antropológico al observar y comprobar que eran posibles "ascensos sociales" relevantes relacionados con las dos actividades "clave", el turismo y la construcción.

El boom del turismo "nos abrió" a otras realidades y a otras culturas. De la Mallorca que debía emigrar, a la Mallorca destino de acogida. El primer proceso se produce en la década de los 60-70 el estallido del boom turístico y la llegada masiva de mano de obra de origen peninsular. En una segunda etapa (finales de siglo XX: 1990-2000) se produce una acogida igualmente masiva de inmigrantes pero de origen extranjeros (Sudamérica, NorAfrica, países Subsaharianos). El tercer proceso se produce de manera extensiva e intensiva con la presencia de millones de turistas, algunos de los cuales (no pocos) nos han elegido como primera o segunda residencia. Ante tales realidades el nivel de inclusión fue (y es) muy diverso. Después de años, con sus naturales diferencias, se obtienen unos niveles básicos de convivencia con las segundas generaciones de los inmigrantes de los 60-70. Aspecto que no se cumple en la segunda oleada de los finales de siglo originaria de otras realidades muy diferenciadas, lo máximo que se comparte es una simple coexistencia. De los turistas adoptamos algunas costumbres y hábitos, pero tampoco alcanzamos niveles relevantes de convivencia. El resultado es una sociedad heterogénea y plural, lo que no implica necesariamente que se nos pueda calificar como cosmopolitas. Aunque la convivencia de distintas culturas y modos de vivir no resulta de fácil gestión, especialmente si no queremos convertirnos en una simple y confusa Torre de Babel sin identidad y raíces propias. Es un hecho una cierta recuperación, aunque lenta, de nuestra propia identidad cultural, que no debería convertirse en "frontera" sino en elemento de inclusión más allá del simple folklore.

Con la crisis política y socioeconómica éste modelo también entró en crisis. Pero hoy, aunque oficialmente la crisis está finalizando, nuestro modelo de sociedad (también la mallorquina) sigue en crisis. La sociedad se polariza, la clase media (la vieja y la nueva) se resquebraja instalándose en una significativa inestabilidad personal, familiar, profesional€ El modelo social reinante en el boom, pierde su carácter inclusivo y transversal, y tiende a convertirse en dual. No es un tema baladí. Afecta hoy y aquí especialmente a las generaciones jóvenes que se ven obligados a aceptar como inevitable el gig economy, léase "un mercado personal y laboral donde la movilidad y la inestabilidad, así como el trabajo de freelance, sea la norma". Y ven como se evaporan sus perspectivas y proyectos tanto de índole personal (emancipación, estabilidad profesional€) como de índole colectivo (reivindicar Mallorca con sus propias raíces como lugar de referencia y convivencia, sin dejar de ser cosmopolitas). Somos una sociedad con riesgos, pero también con oportunidades.

En el debate parlamentario todos/as loaron nuestro crecimiento económico. Pero también se puso de manifiesto un "detalle" que marca la diferencia entre los unos y los otros. Para los unos, el crecimiento económico y la creación de empleo implica casi automáticamente "mejoras en el bienestar de la ciudadanía"; mientras para los otros, el crecimiento y el empleo no presupone automáticamente un progreso social real y amplio.

En mi próxima colaboración suma y sigue.

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