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¿Viaje a Ítaca?

En los primeros 70, Lluís Llach musicó Ítaca, el conocido poema de Cavafis. Sólo en España existían en aquel momento cuatro traducciones del poema (dos en catalán y dos en castellano): la de Carles Riba, la de José Ángel Valente, la de Lázaro Santana y la de Alexis E. Solà, que quizá fuera algo más tardía que la adaptación de Llach. Si mal no recuerdo, Lluís Llach tituló su disco -con recursos sinfónicos acompañándole al piano- Viatge a Ítaca, que como saben ustedes es el viaje de regreso a casa que emprende Ulises en La Odisea. Ante ese disco se produjeron tres reacciones. La de aquellos (fueron bastantes) que conociendo el poema de Cavafis les encantó -mi amigo Climent lo ponía a menudo en el tocadiscos del Pou Bo, el bar de Guillem Frontera en Génova-. La de quienes (fueron muchos) desconociendo por completo la existencia de Cavafis y probablemente la existencia de la poesía como género literario que puede y debe leerse para vivir mejor, les entusiasmó. Y la de quienes (fuimos algunos) conociendo la poesía de Cavafis nos molestó la irrupción cantada de Llach en ese poema. Y cuando digo molestó, quiero decir molestó: no habíamos cumplido aún los veinte años, la poesía era sagrada para nosotros y aquello un indebido usufructo o una innoble apropiación. ¿Por qué? Porque aquel poema no tenía, pensábamos, más voz que la de Cavafis -aunque fuera traducida- ni más música que la de sus palabras y todo lo demás, suponía una herejía. Obviamente -repito: no habíamos cumplido los veinte- éramos pocos y éramos radicales y preferíamos, por ejemplo, a Sisa y a Pau Riba. Pero el disco se vendió como rosquillas y contribuyó de algún modo al conocimiento cavafiano entre los legos, que entonces eran mayoría.

Si no recuerdo mal, la voz de Llach le daba a aquel poema un tono melancólico y algo arrastrado que el poema no tiene. Eso le iba bien al cantautor -era su tono personal- y le iba bien a la música compuesta por él, pero desvirtuaba de algún modo la intención del poema de Cavafis, que es -en este caso- tonificante, aventurera y vitalista. Todo lo contrario del fatalismo de La ciudad, otro de sus poemas más conocidos. Me acordé de estas cosas el día en que escuché a Llach amenazando a los funcionarios catalanes que no cumplieran con los designios del Procés. Hace pocos meses de eso.

En mi vida adulta he visto muchas veces cómo se cosificaba con desprecio al funcionario y la penúltima ocasión fue cuando, en plena crisis económica, el colectivo funcionarial fue rebajado económicamente por el gobierno y usado como chivo expiatorio al aumentar sus horas laborales 'porque tienen un trabajo del que no se les puede echar'. Todo eran pestes, entonces, contra los funcionarios por el mero hecho de serlo. Décadas atrás el desprecio había sido al revés: 'todos los desgraciados se hacen funcionarios porque no pueden ser otra cosa', era el espíritu y ese espíritu, de alguna manera, sigue vigente en nuestra sociedad, paradójicamente acompañado de un ansia muy extendida por entrar en la Administración. En fin: las he visto y oído de todos los colores, pero lo de Llach tenía un componente peor: la amenaza. Pensé en qué relación existía entre la persona que había compuesto la música para el poema de Cavafis y la que amenazaba en nombre de un ente tan abstracto como una nación, sea vieja o nonata, real o imaginaria, me da igual, a un colectivo normalmente más indefenso y temeroso que reforzado y aguerrido. Lo dejé ahí, sin querer darle ninguna interpretación sicalíptica o psicoanalítica. Por parte de Llach, quiero decir. Pero también porque del espíritu de La Odisea, del espíritu de Cavafis, o del espíritu del poema Ítaca, nunca nadie puede llegar a una conclusión amenazadora y perjudicial hacia el débil. Nunca y nadie, a no ser que se olvide de aquello que algún día amó, en favor de una vulgar ostentación de poder.

Lo que no pensé es que aquella amenaza era el anuncio de un nuevo viaje a Ítaca, metidos en una mezcla del tren de la bruja y montaña rusa, de trile y de farol. Sólo que Ulises, en este viaje, tenía dos cabezas y no una, y no regresaba de la guerra de Troya sino que convertir el país en Troya era su billete para Ítaca. El Ulises de Homero era, esencialmente, astuto. Éste nuevo Ulises hacía gala de gran astucia, pero no sé si eso es ser astuto o su contrario. En cuanto a sus cabezas una se llamaba Puigdemont y otra Junqueras. De cómo ha acabado el viaje, ya lo hemos visto: parada y fonda en Bruselas y las dos cabezas peleadas entre sí. Una acusando a la otra de dejarse llevar por el canto de las sirenas y ésta a la primera de estar bajo el influjo de los hechizos de Circe. El día de la DUI ya ni se hablaban. Aquí hay que recordar que la tripulación de la nave de Ulises -sigo con La Odisea- desaparece bajo el agua. Todos mueren y sólo Ulises se salva y sobrevive: aviso a navegantes bajo la marea de la ley. Y eso que a Ulises no se le ocurrió desembarcar en Bruselas. Pero dejemos una cabeza a salvo en Bruselas y vayamos a las palabras de la otra en Cataluña.

La cabeza Junqueras ha remarcado en todo momento que él es una buena persona -un análisis insólito- y que lo que hace lo hace porque el pueblo catalán se lo ha encomendado. Lavándose las manos sobre su pueblo como Pilatos sobre los judíos, pero en fin. Y lo repitió una y otra vez -lo de su bondad cristiana- donde hiciera falta. El día de la DUI volvió a decir que sus valores, los de la DUI, eran cristianos, pero que los valores fundamentales de un republicano -la Ilustración, añadió, callándose el ateísmo- también estaban en esa declaración tan cristiana de independencia; y que por tanto cualquier cristiano o cualquier adorador de otros dioses y practicante de otras religiones se encontraría en esos valores como en su propia casa. Gran atrevimiento, pero en fin también. Y para acabarlo de aderezar, antes de ingresar en prisión, lanzó un tuit diciendo que la lucha continuaba para que el bien triunfara sobre el mal el 21-D. El bien sobre el mal. Apoteósico y sobre todo, cristianísimo.

De todo hemos visto y vemos en este viaje en el que nada ha tenido que ver Homero y menos aún Cavafis. Regresar a Ítaca es, en La Odisea, el último destino, pero es el viaje lo que enriquece. Este es el verdadero espíritu de Homero y también el de Cavafis. Y ese espíritu no se basa en la amenaza, ni en la fuerza de la masa; no se basa en el autoengaño, ni en divorciar a una sociedad de sí misma. Por eso enriquece y no al revés. Un día, cuando todo haya pasado, quizá nos preguntemos: ¿hubo alguna vez un atentado yihadista en Barcelona?

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