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La efermedad: ¿en qué idioma?

Con el previsto decreto por el que se exigirá el nivel B2 de catalán para médicos y enfermeras/os en la sanidad pública Balear, cuestión ésta forzada por el Partido Mès -tras la sugerencia (Ibsalut) el pasado Julio de eximirlos de dicho requisito, convertido en mérito-, es previsible que aumenten las dificultades para cubrir las plazas necesarias en nuestras islas. Así se reconoce por la mayoría de profesionales consultados al respecto y los sindicatos Simebal y Satse.

En mi criterio, una cosa es el deseo legítimo y comprensible de potenciar la lengua propia, archivo de sentimientos, saberes y experiencias, y otra distinta la adecuada elección de los contextos en que incidir lo cual, en este caso, se antoja más que cuestionable siquiera porque la decisión de reforzar un edificio no supone en modo alguno colocar los ladrillos en todo lugar. Hasta donde sé -y he vivido el tema de cerca-la comunicación, en la práctica asistencial -me refiero en concreto a Balears-, no topa con dificultad alguna más allá de la anécdota. A este respecto, aún recuerdo cuando al llegar a Mallorca y ejercer aquí el oficio, décadas atrás, debí solicitar las oportunas aclaraciones para algunas crípticas frases ("Le querría hablar de los bajos" -en traducción literal-, o "Me duele la naturaleza") que, de inmediato y gustosamente, incorporé a mi bagaje idiomático.

Según me contaron y a modo de ejemplo, también algún malentendido puede ser consecuencia del especial acento de ciertos forasters. Así ocurrió al andaluz que, en espera de que le llamasen para la práctica del examen radiológico, en concreto un TAC, terminó en el otro extremo de la isla por obedecer la orden: "Los que van a Artá (al TAC, entendió) pueden subir al autobús". Alguien habrá cuyo síntoma, un "empardalamiento" excesivo, pongamos por caso, precise de interrogatorio adicional al igual que la anciana que tomaba cada mañana un Cuantró (Sintrom, se averiguó), pero más allá de parecidos lances y en sanidad, el lenguaje, entre los dos cooficiales, no ha sido nunca pretexto para el silencio como le sucedía a una poeta. La comunicación es también intención y cuando ambas partes -sanitarios y pacientes- están por conseguirla, lo de menos en nuestro medio es el idioma con el que finalmente se conseguirá la sintonía. Entender y expresarse son también actos de voluntad sin duda presentes entre los/las profesionales, vengan de donde vengan y, por lo que hace a quienes demandan ayuda, el sufrimiento, cuando busca el alivio, siempre halla modo de manifestarse.

La interacción entre enfermos y personal sanitario no se plantea nunca como un vis a vis que podría ser impermeable. En consultas o plantas de hospitalización, hay médicos y enfermeras/os, y esa pluralidad favorece la inteligibilidad. La mayoría de quienes vienen de otras Comunidades alcanzarán al poco -en la práctica y sin necesidad de cursos específicos- el nivel B1, suficiente para el diálogo y, como constatación, ¿cuántas quejas por problemas lingüísticos en los Servicios de Atención al paciente? Quienes se empeñan en incorporar el idioma como requisito en estos menesteres, se diría que priman la ideología por sobre aspectos operativos que, sin embargo, son los prioritarios en sanidad, sin que parezca suficiente la previsión de soslayarlo caso de que para determinadas plazas no hubiese la demanda suficiente por parte de candidatos con el perfil bilingüe exigido.

Nada de lo anterior ha de entenderse como oposición a la ampliación idiomática pero, en el tema que nos ocupa, lo que debiera pretender normalizarse en primer lugar es la atención a cualquier patología con niveles de excelencia. Y si hemos de aspirar a incrementar nuestros estándares en docencia, investigación y competencia profesional (la aspiración de todo enfermo es ser atendido por los mejores), sin duda el inglés, para un fácil acceso a las publicaciones científicas de mayor impacto, habría de ser especialmente potenciado ya que, como puede inferirse, el idioma propio de nuestra Comunidad vendrá por añadidura y no va a ser, pierdan cuidado algunos, uno de los 25 que cada año desaparecen en el mundo. Aunque no se imponga su conocimiento a unos empleados que son los más interesados en conseguir la integración a corto plazo.

En el estado actual de la cuestión y como se ha publicado recientemente, menos de un 30% de las enfermeras dispondría del nivel B2 con el que poder optar a una plaza en propiedad. Algunas especialidades médicas no cuentan con los titulados necesarios y, una vez implantado el decreto, podría tener efecto disuasivo para quienes pudiesen acceder a las mismas. Por lo que hace a quienes llevan años ejerciendo aquí y dedicando su tiempo a la constante puesta al día y/o la implicación en protocolos y ensayos de ámbito internacional, no parece la mejor idea colocar una espada de Damocles sobre su futuro entre nosotros: entre quienes asisten en la enfermedad y los asistidos.

Claro que, como escribía Borges, los pasajeros (los políticos) no ven el mismo cordaje que los hombres/mujeres de a bordo: médicos y enfermeras que, en su mayoría y de ser preguntados, responderían con un "Ahora no. Y así, tampoco". Hay sobradas pruebas de ello.

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