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Dos euros

El otro día me llegó un tuit de una joven periodista a la que alguien -no sabemos quién- le decía que le iba a publicar sus artículos, sí, pero que no se los iba a pagar; el único pago que le ofrecían era la difusión que tendrían sus textos en twitter y en las redes sociales. No es la única noticia así de desalentadora que me ha llegado. Un periodista veterano me contaba hace poco que algunos digitales pagan dos euros por crónica. ¡Dos euros! Eso sí, siempre se le asegura al periodista que va a tener mucha repercusión en las redes sociales, la misma excusa con que se intenta embaucar a los recién llegados. Y lo mismo que ocurre con periodistas jóvenes ocurre con becarios, aprendices y "community managers" de cualquier otro sector laboral. Estos hechos apenas tienen repercusión, y más ahora con el barullo del "procés", pero explican muchas cosas que de otra manera nos parecerían incomprensibles. De hecho, la fascinación que la independencia catalana despierta entre muchos jóvenes se debe a que muchos de ellos, con candorosa fe ciega, creen que estas cosas ya no volverán a ocurrir en la tierra de leche y miel de la nueva república.

Y que conste que este mismo fenómeno ocurre entre los adultos que deberían tener una perspectiva un poco más escéptica de las cosas. Ayer salió en la tele un lugareño de un pueblo de Lleida que decía muy orondo, acodado en la barra de un bar, que no habría corrupción en la nueva república catalana. Y no lo decía como una esperanza, ojo, sino como un dogma de fe. "Aquí no habrá corrupción", decía muy serio. La afirmación no deja de ser curiosa, sobre todo si se tiene en cuenta que el verdadero padre de la patria catalana es Jordi Pujol, un señor que llegó a instaurar una cleptocracia dinástica (padre, madre e hijos) digna de Kim Jong-un. Y ya puestos, no hay nada más celtibéricamente grotesco que la mujer de un presidente autonómico identificándose en clave como la madre superiora cuando llamaba al banco andorrano donde guardaba su "tesoro", por decirlo a la manera del Gollum. La escena, que sabemos verídica, es digna de un esperpento de Valle-Inclán, pero es inútil explicarle todo esto a la gente que ha creído de buena fe en el "procés". Los argumentos racionales no valen porque todo lo relacionado con la independencia catalana ha entrado en la esfera de la parapsicología. En cierta forma es normal que sea así: el ser humano necesita alimentar sueños con los que pueda olvidarse de la anodina realidad de la vida. Aunque esos sueños, claro está, se conviertan a menudo en pesadillas.

Estos días no hay nada más triste que leer los tuits de gente que había sido amiga tuya o que considerabas muy próxima en gustos y aficiones, pero que ahora se expresa con un odio y una furia belicosa que pone los pelos de punta. Por supuesto, imagino que ellos sentirán lo mismo cuando lean lo que decimos los que estamos en el otro bando, y odio usar esa palabra, "bando", pero en estas situaciones de conflicto enconado nadie se salva de ser encasillado en uno u otro bando, por mucho que procure adoptar una postura lo más moderada posible. Más aún, los moderados son los que se llevan la peor parte, porque son tratados por traidores y por vendidos al enemigo desde los dos lados. Hace poco, cuando dimitió el conseller Santi Vila, alguien le llamó "ratota" en un tuit. Ni más ni menos. Es el lenguaje de los fiscales estalinistas que acusaban a los detenidos de crímenes absurdos (al pobre Isaak Babel lo llegaron a acusar de ser un terrorista además de espía a la vez de Francia y de Austria, cuando su único crimen había sido acostarse con la mujer del jefe de la policía política, el temible Yezhov), pero así están las cosas. El odio se extiende cada día y nada parece poder contenerlo.

Ahora, con la huida de Puigdemont y la detención de los ex-consellers, la rabia y la belicosidad están alcanzando niveles preocupantes. Es verdad que la medida parece desproporcionada y a todas luces crea una tensión innecesaria, pero me pregunto si alguien se ha parado a pensar que los inculpados cometieron unos delitos gravísimos: de hecho, revocaron la Constitución y el Estatuto saltándose todas las normas legales, y además, cuando los letrados del Parlament les recordaron que estaban cometiendo un delito que les iba a salir muy caro. En cualquier otro país del mundo esos delitos tienen penas muy severas, aunque aquí la infantilización de la política nos ha llevado a creer que no pasaría nunca nada, por mucho que se hicieran cosas que alteraban por completo el ordenamiento jurídico de nuestro país. En este asunto ha habido muy poca política adulta y demasiada credulidad y demasiado aventurerismo. Y lo peor de todo es que nos va a salir muy caro cuando llegue la hora de pagar las facturas de esta locura que no ha servido de nada. Y en especial, a esos pobres becarios que cobran dos euros por una crónica.

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