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Ramón Aguiló

Escrito sin red

Ramón Aguiló

Distensión provisional

No fue preciso esperar a que el Senado aprobara la aplicación del 155. La votación secreta del parlamento catalán con la mitad del hemiciclo vacía evidenciaba lo grotesco del proceso independentista. Lo reconocía sin cataplasmas un medio subvencionado como La Vanguardia en su editorial del sábado pasado: "Se repite la 'flamarada', una mala lectura de la realidad y una vivencia extremosa del sentimentalismo colectivo?En la votación secreta interesaba menos crear una república catalana que proteger a los diputados de sus propios actos?Es políticamente deshonesto dejar la responsabilidad de defender la nueva legalidad a los ciudadanos desvalidos mientras los diputados se cubren las espaldas con el voto oculto". Es decir, ni los propios independentistas se creían lo que habían hecho creer, mintiendo, a sus seguidores, mallorquines incluidos. Pero, ¿qué república podían declarar unos diputados que no se atrevían a mostrar el sentido de su voto? Qué convicción podía esgrimir quien a las 13h del viernes estaba dispuesto a convocar elecciones autonómicas y a los primeros gritos de traidor le dio el tembleque y decidió la declaración unilateral de independencia? Lo explicó Vila: prefirió equivocarse con los suyos que acertar en soledad. O sea, que ni siquiera convicciones pueden mostrar, sólo el refugio al amparo del tam tam de la tribu. Lo celebraron como se celebran los funerales. Se esforzaban (lo vio toda España) en aparentar alegría entre besos y abrazos lo que no era sino una sobreactuación de unos farsantes para intentar ocultar el espantoso ridículo (vaticinaba Tarradellas como lo único que no se podía permitir un político) que se sumaba al tremendo desastre que habían creado. Para redondearlo, Puigdemont recalaría días después en Bruselas, donde un ministro belga declaró que "cuando alguien llama a la independencia debería quedarse con su pueblo".

La primera reacción ante el 155 ha sido una distensión generalizada. No solamente entre los contrarios al independentismo, que en muchos casos creen que la medida llegaba tarde, que debería haberse tomado tras las vergonzosas jornadas del 6 y 7 de setiembre, sino, de manera harto significativa, entre los partidarios del procés. Como si la tensión vivida hasta entonces hubiera sido insoportable y que los mismos que luchaban contra el Estado se vieran aliviados por la actuación del mismo, que les permitía mantenerse en sus convicciones victimistas, anclados en una adolescencia perpetua que les liberaba de las duras exigencias de la madurez y la realidad. Una buena parte de la prensa se ha felicitado del 155 finalmente propuesto por Rajoy, señalando el desconcierto en el que ha sumido a todo el mundo independentista convocando elecciones autonómicas para el día 21 de diciembre. Habrá que preguntarse por el cambio de opinión de Rajoy, que hace solamente una semana preconizaba la convocatoria de elecciones en un plazo máximo de 6 meses, cuando la situación de Cataluña estuviera normalizada. Una interpretación apunta a que la inusitada rapidez de la medida obedece al inmenso cenagal de dificultades que hubiera supuesto para Rajoy la gestión por el gobierno de una autonomía adoctrinada durante cuarenta años por el nacionalismo y una TV3 en abierta rebelión (cuestiono la aseveración de Borrell de que visionando diariamente TV3 probablemente sería independentista; algunos, quizá no tan inteligentes, no ingresamos en las filas del franquismo por mucha Formación del Espíritu Nacional, NO-DO, parte de RNE y TVE con que nos bombardearon; otros, como Cristòfol Soler, pobre de solemnidad y nacionalista español y catalán, correlativamente, vestían uniforme de la OJE o de Falange Española, como apareció en La Almudaina del pasado domingo, en un reportaje de José Jaume) . Sólo el futuro nos dirá si la inusual rapidez de Rajoy ha sido o no su más brillante ejecutoria política. Depende del resultado de las elecciones. Una reedición de la victoria independentista, que no hay que descartar, especialmente si la campaña electoral escenifica la batalla entre dos bloques que, según las encuestas, están en empate técnico, rebajaría el nivel de ditirambos dirigidos hoy al presidente del gobierno.

Aunque la experiencia de la realidad atempera los excesos de la política, el raca-raca va a continuar, pues ya se especula con un nuevo tripartito entre PSC, ERC y EnComúPodem rememorando los éxitos de los precedentes. Reclamarían el cambio constitucional para un referéndum pactado. Hay que ver si el resto de españoles, que también contamos, estamos para eso o para conseguir una verdadera división de poderes, la estabilización del marco autonómico y, sobre todo, que nadie habla de ello, de una ley electoral que permita a los ciudadanos elegir directamente a los políticos. Si el auge del independentismo ha sido debido a la colonización de la autonomía, los medios de comunicación públicos y privados, la sociedad entera, por el nacionalismo, conjugado con la ausencia del Estado, no acabo de ver cómo, transfiriendo aún más poder a las autonomías, va a conseguirse un comportamiento leal del nacionalismo. Dejémonos de relatos autocomplacientes, a los nacionalistas, no se les va a contentar ni a corto, ni a medio, ni a largo plazo, con otra cosa que la independencia. Me he refugiado estos días en los kakanios Diarios de Robert Musil: Treitschke: el Estado es el poder de sobrevivir en medio de la lucha de las naciones. Thomas Mann: Cuando lo que triunfa son las convicciones y los sentimientos, el talento pierde importancia: son buenos tiempos para los chapuceros.

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