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Marga Vives

Por cuenta propia

Marga Vives

Tempus fugit

Mi amiga Ana -nombre ficticio que usaré para no causarle sonrojo en público- es un hacha. Se las ha apañado para tener ya compuestas las vacaciones de los niños para el próximo verano (incluidas las actividades de campamento antes, incluso, que sus propios organizadores), la coordinación de los turnos de libranza suyos y de su marido cuando las extraescolares no les alcancen para hacerse cargo de ellos, la reserva del apartamento en la playa y la custodia del perro y la macetas los días que estarán fuera de casa. Es lo que tiene ser fiel a unas rutinas y manejar una red neuronal que en su caso es como una computadora. Ríanse ustedes de los que llevan desde agosto vendiendo lotería del Gordo y turrones, o del empeño del Ayuntamiento de Palma en sacar del desván las luces navideñas sin que nos haya dado tiempo aún a esconder el bañador; Ana es una "total pro" de la anticipación y los demás somos meros aficionados. Por cierto, cada vez retrasamos más la "operación cambio de armario de temporada", en una proporción inversa a las prisas de Cort por instalar el atrezo urbano de Nochebuena. Una y otra cosa dan pereza cuando andamos de bajón porque a las seis de la tarde ya cae noche cerrada.

El retraso del reloj el último domingo de octubre es una tropelía, un engañabobos que cuela solo porque su conveniencia nos sigue confundiendo y porque nos sobornan con la promesa de una hora 25 con que prorrogar la ronda de cubatas ese sábado noche o, a lo sumo, arañar un poco más de sueño al madrugón quienes lo perpetramos en fin de semana muy a nuestro pesar. En realidad el tiempo es relativo, lo dijo Einstein, pero, por suerte o por desgracia, mucho antes de eso los clásicos se empeñaron en descuartizarlo y empaquetarlo por lotes de 24 porciones, y nacieron los "horologion" griegos, de los que los egipcios habían sido precursores dos mil años antes de nuestra era, para medir en dosis el paso de la vida. Como comprenderán, a estas alturas de la Historia ya parece harto imposible renegar de la costumbre, salvo que se impusieran excepciones mesiánicas que de hecho explican ya por qué España es una isla en Europa en criterio de husos horarios. Se cuenta que a raiz de la Segunda Guerra Mundial todo el continente se adaptó al reloj de Berlín. Fue una decisión temporal, con excepciones a esa eventualidad, entre ellas la nuestra, que lo convirtió en regla fija y así hasta hoy. La Dictadura apeó nuestro país de otros procesos de modernización, como la racionalización de la jornada de trabajo. El pluriempleo, para sobrevivir a la escasez económica, echó el resto.

Ahora muchos expertos en teorizar las mejores formas de conciliar lo personal con lo laboral miran con codicia modelos como el británico, mientras alertan de que nuestros biorritmos llevan un retraso diario de dos horas; nos acostamos tarde, dormimos menos, almorzamos casi a la hora del té y cenamos con un pie metido en la cama. Hasta el "prime time" televisivo certifica esos usos. Además, casi la mitad de los asalariados tienen jornada partida y uno de cada 10 continua en la oficina a las nueve de la noche, así que lo mismo les da que afuera luzca el sol, las farolas o los farolillos. Hemos adquirido la rara virtud de ser una de las sociedades que más rato pasan en el trabajo sin perder el sambenito de vagos.

¿Cuánto vale su tiempo? Sí, ese mismo que estira como un chicle para hacerlo cundir, desperdicia algunas veces, se le escurre de las manos y nunca parece suficiente. ¿Qué es lo que cuesta? Acabo de leer estos días que más de la mitad de las horas extraordinarias que se realizan semanalmente no son recompensadas. Más de tres millones de porciones de tiempo muerto para la familia, los amigos, las relaciones sociales, el deporte, el descanso o las quejas y reclamaciones no existen oficialmente, como si fueran cofradías de minutos fantasma. En el Congreso de los Diputados se tramita una iniciativa de los socialistas para obligar a las empresas a registrar la entrada y salida de sus empleados, como un diario de a bordo de la jornada. Los sindicatos advierten de que solo un control efectivo de las horas trabajadas evitará el fraude que se comete hoy, aunque ya se sabe que hecha la ley, hecha la trampa. Veremos como se elude la picaresca, dado que, ahora mismo, no computar las extraordinarias ya es ilegal y eso estorba pero hasta la fecha, como vemos, no ha sido impedimento.

El tiempo es relativo, pero huye y hay que reivindicarlo, como sugerían los poetas latinos y el paciente de Job en el Antiguo Testamento. Y es inexorable; "vulnerant omnes, ultima necat" ("todas hieren, la última mata"), reza en las torres de las iglesias, allí dónde se señalan las horas que van cayendo sin pausa.

El tiempo es una sugestión, pero se puede nombrar, cuantificar y hasta adquirir, todo tiene un precio. Cuando ganó el Planeta en 2001, la escritora Rosa Regás dijo; "este premio me permitirá comprar el único bien personal que deseo, tiempo". Otra novelista, Soledad Puértolas, lo definió como "una liberación". En su opinión, "es consolador que las cosas pasen". Lo que sería un desconsuelo es que no nos diéramos ni cuenta.

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