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Ramón Aguiló

Escrito sin red

Ramón Aguiló

Ganar tiempo

La puesta en marcha del artículo 155 de la Constitución por parte del gobierno del Estado tensa aún más la situación política. Por una parte, el gobierno reconoce que su aplicación, si el Senado la aprueba hoy viernes, será de difícil ejecución; por la otra el nacionalismo vela las armas para oponerse a ella bajo la acusación tramposa de que es un golpe de Estado contra la autonomía catalana.

Es imposible prever lo que finalmente se producirá. Puigdemont tiene tres posibles alternativas. 1) La proclamación de la República catalana en el pleno del Parlament, seguida por una llamada a la rebelión y a la desobediencia civil contra la aplicación del 155, quizá por la convocatoria de unas elecciones constituyentes. 2) convocatoria de elecciones ordinarias, sin más. 3) Desactivación de la Declaración Unilateral de Independencia, vuelta a la legalidad y convocatoria de elecciones ordinarias. Ya han dicho que descartan asumir la tercera porque significaría la humillación de Cataluña. Respecto a la primera, que reclaman especialmente la CUP y ERC, vale la pena recordar la reacción de Companys, citada por Lluís Foix en La Vanguardia, en el diálogo con Amadeu Hurtado, que mediaba con el gobierno Samper: "Es muy posible que Catalunya pierda, pero perdiendo, Catalunya gana porque necesita mártires que mañana le asegurarán la victoria definitiva. Ha llegado la hora de dar la batalla y hacer la revolución". Hurtado transcribe: "Catalunya no ha producido, ni por ahora puede producir otro tipo de político que el agitador, predispuesto a la protesta y de la mano del pueblo aprovechar cualquier motivo de orden sentimental para infundir miedo al adversario mientras dure la llamarada". Estremece constatar cómo la historia se repite, cómo la idea de progreso político y moral es engañosa. Es muy probable que escojan esta opción, la que augura dificultades sin cuento, pero también el martirologio y la idea de que la sangre (o la prisión) de los mártires es semilla de la escatológica liberación final. Esta solución no pretende ganar tiempo, porque para la Cataluña mística que invoca existe toda la eternidad para acceder a la independencia. El Parlament sería el gran Teatre de Catalunya y la sesión de proclamación de la República el auto sacramental de la realización de su cuerpo místico. La segunda opción podría impedir el 155 si el gobierno, PP y Ciudadanos flaquean ante la desafección del PSOE que, presionado por Iceta y el PSC, considera que la convocatoria del elecciones ordinarias supone de facto la vuelta a la legalidad. Para los independentistas supondría una pausa para ganar tiempo, dar un paso atrás para darse impulso; según resultaran las elecciones, retomar las leyes de Referéndum y Transitoriedad y volver a la proclamación de la república. La tercera, creo que hay que descartarla pues si el uno de setiembre escribí que "el nacionalismo transita hacia un enorme desastre o hacia un espantoso ridículo", ahora podría decir que se está aprestando a desembocar en ambos.

Los portavoces del PP durante el fin de semana afirmaron que la convocatoria de elecciones podría significar la retirada del 155. Pero a partir de los movimientos de Iceta y del PSOE, el lunes y el martes descartan que esta solución paralice el 155. Aducen que, además de la convocatoria de las elecciones, Puigdemont debería concretar si declaró la independencia ante el pleno del Parlament, si acata las leyes y la Constitución, si asume la nulidad de las leyes del Referéndum y de Transitoriedad hecha por el Tribunal Constitucional. Aquí el PP muestra sus contradicciones, como cuando Hernando dijo que no se podía aplicar el 155 porque no había tiempo. Lo que hace dudar de la solidez de las posiciones de un partido cuyo presidente es el máximo responsable, escudándose en tribunales y jueces, de esta estación terminal de la política donde ya no hay burladero que valga. Pero asumamos que, tanto si se aplica el 155 como en el hipotético caso de una rendición de los golpistas catalanes, lo único que se gana, si no se hace nada más, es tiempo. Lo han advertido los expertos del Instituto Elcano: "El problema catalán no tiene solución, es un problema que hay que conllevar". Con lo que nos retrotraemos a los años treinta y a Ortega y Gasset. Han pasado ochenta y tres años, una Guerra Civil, una dictadura de cuarenta años y una partitocracia de otros cuarenta años desde el seis de octubre de 1934 y el problema del irredentismo catalán sigue igual; y el diagnóstico también. ¿Cual será el lapso de tiempo que se puede ganar con una aplicación exitosa del 155?¿Diez años? ¿Veinte?

La única posibilidad de que el lapso de tiempo sea superior, ya sabemos que no hay nada eterno, ni Estados ni naciones lo son, es que exista un proyecto inclusivo de España, respetuoso con las autonomías, pero a la vez con un Estado presente en todo el territorio que asegure la igualdad, la solidaridad y la libertad de ciudadanos que se sientan bien representados por Gobierno, Parlamento y Jueces, cada uno realmente independiente de los otros dos. Un partido del cual la fiscal anticorrupción Concepción Sabadell ha dicho, ante el Tribunal de la Sección 2ª de la Sala Penal de la Audiencia Nacional, que su contabilidad en B está acreditada de una forma abrumadora, está deslegitimado para liderar este proyecto. A menos que una catarsis lo transfigure.

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