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Marga Vives

Por cuenta propia

Marga Vives

Sí, queremos más

Hay un momento en que los objetos, las máquinas, se nos rompen, por mal uso, por desgaste. A veces es cuestión de reemplazar una pieza y el mecanismo vuelve a funcionar sin límite de caducidad. Otras, el remedio es un parche, que viene a ser lo mismo que posponer lo inevitable, pero en cualquier caso también aplaza la inoportunidad de un gasto mayor con el que no habíamos contado.

Hace mucho tiempo ya, casi una década, que el engranaje de inercia en el que vivíamos empezó a clamar que había fallos. No creo que la causa fueran nuestros sueldos, ni el derecho a tomarse una baja por enfermedad o unas vacaciones pagadas; ni los contratos fijos, que por entonces no escaseaban tanto como los tréboles de cuatro hojas, ni que las empresas tuvieran su propia plantilla contratada en lugar de externalizar los recursos humanos. Un mecanismo bien engrasado y en rodaje es un quid pro quo; una cadena de montaje que no deja de funcionar de repente a no ser que alguna pieza no cumpla su parte. Y, sin embargo, fueron todas esas cosas antes mencionadas, y que habíamos creído que nos correspondían, las que se escatimaron y se depreciaron. Nos dijeron que era para evitar que el sistema colapsara. Así fue como se aplicó el pegote, como si nuestra sociedad fuera un jarrón reducido a trizas y reconstruido con pegamento Imedio o una sábana hecha jirones burdamente remendada. Nos quedó un país de "todo a cien". Quienquiera que, en los últimos años, haya tenido que aventurarse a ser un trabajador autónomo por no tener otra alternativa comprende a qué me refiero.

Hoy aparentamos que la máquina vuelve a funcionar y yo me pregunto por qué, entonces, sigue habiendo piezas parcheadas. Por qué muchas empresas continúan aferrándose al pretexto de que las cosas pintarán mal si no se mantiene la senda del sacrificio, pero al mismo tiempo exhiben su capacidad de invertir para acaparar cada vez más horizonte con menos capital humano o con fórmulas que las comprometen cada vez menos en ese aspecto. Me pregunto quién genera ahora empleo en realidad. "Los ciudadanos merecen más", resonó con eco en el Parlament esta semana. Sí, efectivamente, una parte significativa de la iniciativa privada ha sobrevivido estos años a base de ERE y reducciones salariales acordadas o impuestas, pero en cualquier caso aceptadas como el mal menor, como una de las pocas alternativas a la calle que se ofrecían. Sin embargo esas debían ser medidas provisionales, no se pueden consolidar a perpetuidad y, pese a todo, algunas ya lo han hecho.

¿Dónde está, por lo tanto, ese "más" del que la ciudadanía se ha hecho acreedora? ¿En la recuperación de derechos sociales? Sí, para empezar. Porque la vulnerabilidad de la que se habla ahora no es congénita, sino un limbo al que se han incorporado aquellos a los que el sistema de repente expulsó tras años de servicio o los que ni siquiera llegaron a entrar en el mercado, por poner dos ejemplos muy claros. Una tierra de nadie en la que en cualquier momento, de la noche a la mañana, podemos estar usted o yo o cualquier otra persona. Y ahí queda ese inmenso campo de refugiados, que no se puede cubrir de tierra para no tener que verlo.

Hizo bien la presidenta, Francina Armengol, en hablar de esa clase de soledad, que es inmensa, vacía, terrible, como la frustración o como el desánimo. Pero el frágil no desea serlo para siempre. Lo que quiere, solo de entrada, es ganarse la vida en un intercambio justo, que el dinero que le pagan por su tiempo y su trabajo le alcance para comprarse él solito su dignidad; para poner la estufa en invierno, pagar el IBI y la cuota de hipoteca o el alquiler del piso, conseguirles a sus hijos los libros de texto, todo a la vez y no por plazos ni de prestado, porque eso es lo mínimo que se puede exigir, que no tuvo que exigirse en el pasado tanto como tiene que hacerse ahora mismo y con la categoría de beneficencia. Y luego, por supuesto, los ciudadanos quieren más, no por capricho sino porque ya toca. Pero, mientras esa reivindicación sea necesaria, bienvenida por fin la maquinaria pública, tanto tiempo averiada para estos menesteres (pregunte, si no, a las oenegés). Confiemos en que verdaderamente sea un empujón útil para que algunas actitudes cambien, un apósito y no un injerto electoralista, porque de ser esto último el estropicio ya no lo arregla ni el mejor de los manitas.

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