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Desafueros

El director de un periódico catalán lo ponía a modo de ejemplo: "Leer a Lluís Llach llamar 'cerdos' a los dirigentes de la Unión Europea tras escucharles en Asturias no es un signo de inteligencia". Tampoco lo es -cabría añadir„ escuchar la voz penetrante de Forcadell en su negativa a conceder la palabra a la oposición aquellas infaustas jornadas del 6 y el 7 de septiembre. Tampoco es un signo de inteligencia inflamar a escolares mediante un patriotismo agresivo y descalificatorio hacia el otro. No lo fue en absoluto criminalizar a los catalanes por sus aspiraciones de reforma estatutaria. No es inteligente que el Gobierno sugiera que piensa controlar los medios de comunicación públicos de Cataluña para asegurar su neutralidad cuando esta está sometida actualmente a una gran polémica en los medios estatales, después de que se reformara a la baja la ley que exigía una mayoría cualificada para designar al director general de RTVE?

En general, estamos viendo un espectáculo muy primario, muy pobretón, muy mal planteado y conducido, muy mediocre. Es difícil saber si esto se debe a que el nivel medio del país, España, es el que es y no da más que sí, o si -más probablemente„ es nuestra clase política la que falla porque no funcionan los procedimientos de selección. Lo cierto es que con esta serie de desafueros, y con los que previsiblemente habrán de llegar en esta cuesta abajo hacia el subsuelo que estamos recorriendo, España se deja muchos jirones de su bien ganado prestigio en la comunidad internacional. El griterío catalán recuerda fatalmente al barullo de la disolución de Yugoslavia o al desconcierto identitario de Ucrania. Al tercer mundo en una palabra.

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