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Un paseo necesario, hoy

Casi a la par de la aparición de su último libro, Asimetría, Adam Zagajewski obtenía el premio Princesa de Asturias de las Letras. En Asimetría hay un poema muy bello titulado Chacona, que habla de Bach y está dedicado a Jaume Vallcorba, su principal y entusiasta editor en España. El editor de Zagajewski. El poema refleja el contraste entre la conversación de Bach con Dios a través de su música y el dolor de la vida, la desolación del tiempo, la pérdida de su mujer e hijos. En principio el lector puede suponer que Jaume Vallcorba está en la dedicatoria como un homenaje del poeta a su editor fallecido. Y así es, pero hay más: en esa conversación entre Bach y Dios están también los meses finales de Jaume Vallcorba y su elección de músicas y lecturas para cuando no estuviera. Entre la celebración y el dolor está Vallcorba también, porque así estuvo. Su lectura me recordó cuando sugerí, hace muchos años, la compra de derechos de la poesía de Zagajewski -a quien había leído en francés- al editor Andreu Jaume y la posibilidad de publicar conjuntamente una gran antología. Nunca se había editado en España y desde que lo conocí pensé que acabaría Nobel. Cuando Andreu se puso manos a la obra, se había adelantado Jaume Vallcorba. A partir de ahí empezó a publicar los libros de Zagajewski, siempre en traducción de Xavier Farré. Antes, la editorial Pre-Textos había publicado una hermosa antología a cargo de Martín López-Vega y después su diario de Cracovia En la belleza ajena, donde aparece un cura joven que visitaba a su abuela, apellidado Wojtyla. El mismo, sí.

La otra tarde, Adam Zagajewski reunió en Oviedo a cientos de jóvenes que escucharon sus poemas. En nuestro país, el poeta polaco se ha convertido en el poeta contemporáneo más leído. Más que muchos nacidos aquí y eso no sólo no es malo, sino que es bueno. Tanto como su poesía. Pero todo poeta tiene de visionario y en las entrevistas abominó del comunismo y del nacionalismo como los peores males del siglo XX y de su maligna herencia proyectada en el XXI. Entiendo -porque lo he leído- que en el nacionalismo también integraba -tácitamente- el nacionalsocialismo y el fascismo. Que un poeta avise de estas cosas es necesario, precisamente porque la poesía nos devuelve a lo esencial, nos regala el silencio y en él toda la música del espíritu. Es decir se aleja de las brutales añagazas del mundo y sólo celebra lo que profundiza en la humanidad y no la tentación de la barbarie.

Hace dos días Daniel Capó publicó un gran artículo sobre el poeta Czeslaw Milosz -como quien habita un refugio era ese artículo- y en los días que corren y han de correr, conviene regresar a la poesía para recordar dónde está la verdadera naturaleza del hombre. La mejor, la que se basa en la verdad profunda de las cosas y las emociones, mientras la inteligencia o la revelación están detrás, como un director de cine en su silla, observándolo todo. El griterío sólo produce aturdimiento y ciega los sentidos. Y nunca debemos olvidar que la política enciende las pasiones más bajas y es todo lo contrario a la poesía. Por eso el artículo de Capó el viernes en estas páginas era un refugio doble. En sí mismo y en Milosz, el gran poeta de donde viene Zagajewski en una corriente -la de la modernidad- que arranca en T. S. Eliot, continúa en W. H. Auden y en Milosz, sigue en Joseph Brodsky y desemboca después en Zagajewski, el flamante Princesa de Asturias de las Letras.

Pero he citado a Eliot y esto es un paseo. Estoy acabando de leer la última novela -estupenda novela- de Javier Marías, Berta Isla, y en ella se citan una y otra vez fragmentos de los Cuatro Cuartetos de T.S. Eliot. De los Four Quartets hubo una edición mallorquina editada por Guillem Frontera y Jaume Pomar -siempre Mallorca al quite-, pero donde los leímos por vez primera fue en la brillante edición de Vicente Gaos en Barral Editores. Hablo de los primeros 70, cuando aún no podíamos entender la totalidad de los versos de Eliot pero ya sabíamos que todos ellos eran gran, gran poesía. Ese libro de cuatro libros -Eliot fue editándolos independientemente primero- marcó profundamente nuestra relación con la poesía y contribuyó a enriquecer -y de qué manera- nuestra vida y su comprensión a través del tiempo. Del misterio del tiempo. Y sin T. S. Eliot no habrían existido Ferrater, ni Gil de Biedma tal como los conocemos. Tampoco Zagajewski.

Pero todo círculo se cierra: al principio he citado también al editor Andreu Jaume y esto es un paseo. Hace pocos meses Jaume publicó en Lumen otra versión -maravillosa, por cierto- de los Cuatro Cuartetos eliotianos. Sus versos -la traducción de Andreu- quedarán como los canónicos en castellano y leer sus notas es y será uno de esos placeres intelectuales que sólo iluminan y enriquecen. Y repito: leerlos estos días crea murallas infranqueables ante la marea de estupidez y mala fe que no cesa. Lean a los poetas que han de leerse en voz baja y no a gritos. Lean a Zagajewski, lean los Cuartetos de Eliot en esta nueva versión de Andreu Jaume y desconfíen -como de la mala prosa- de aquella lírica que enciende las bajas pasiones e incita al combate y el abismo. Es decir, a la nada.

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