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Criterios y posiciones, entre comillas

Es así como se enuncian por una abrumadora mayoría de portavoces políticos y los propios líderes: con un entrecomillado que se adivina y relativiza la sinceridad, permite desdecirse a conveniencia e incorpora el oportunismo. Comillas que, aunque pretendan borrar los límites entre verdad e hipocresía para no terminar pillándose los dedos, demasiadas veces sólo encubren mentiras. Un vicio éste del engaño coyuntural que, vista su extensión, cabe suponer que se contagie o bien aproveche al punto de que a ver quién es el guapo que lo abandona.

Las emociones, sentimientos y creencias, son muchas veces determinantes en las tomas de posición; apriorismos que soslayan la evidencia de que la fe no suele ir de la mano con la razón y la máscara, en palabras de Malraux, en vez de ocultar, subraya lo que se pretende vestir de objetividad y seso. La pulsión soberanista en parte de la población catalana y los aconteceres y declaraciones derivadas de la misma, así como las lecturas y respuestas obtenidas, ejemplifican la hipótesis que ya en su día sintetizara aquella canción de La Lupe: "Teatro, / lo tuyo es puro teatro. / Falsedad bien ensayada, / estudiado simulacro". Y de no serlo, convendrá advertir lo deprimente que resulta escuchar a pardillos sentando cátedra, a medio camino entre la jactancia y el peligroso desprecio respecto a las consecuencias de sus postureos.

Por lo que hace a la presunta independencia, podría deducirse que el victimismo inicial ("nos roban", "no nos entienden", "una constante humillación"€) crece y se retroalimenta con ulteriores acontecimientos -intervención policial, condenas judiciales€-, que procurarían argumentos adicionales a un inicio falto de los mismos y superponible al esperpento porque, aun dejando de lado la ilegalidad que ha presidido la mayoría de decisiones al respecto por parte de la Generalitat, las carencias en cuanto a censo, supervisión o cifra de votantes (inferior al 40% incluso de ser cierta y haberse limitado a un voto por cabeza), no justificarían en modo alguno la deriva que promueven quienes tampoco pueden arrogarse una representatividad suficiente y, en esa línea, ciscarse en las evidencias e intentar cargarse de legitimidad que un abrumador porcentaje, también en Europa, no puede compartir ni justificar es, cuando menos, de dudoso seny.

Sin embargo, Jano, el dios de las dos caras, se pasea también por sobre las pretendidas fronteras y campa a sus anchas en la España querida o repudiada, con lo que las comillas dejan de ser patrimonio exclusivo de "los otros". Porque si las paradojas, siquiera algunas, pueden ser inevitables, no es deseable que de tan numerosas y apretadas impidan cualquier asomo de honestidad intelectual. Ahí tenemos al PP, presuntamente dispuesto al diálogo siempre que sea en el marco de la ley, aunque bastará con recordar la "ley mordaza" que auspiciaron, una reforma del estatut catalán en 2010 -forzado con calzador y que avivó la llama separatista- o la sin par claridad con que explican sus innumerables corruptelas, para constatar que también ellos han hecho de las comillas rasgo distintivo. Por lo que hace al PSOE y tras andar en los últimos años entre Pinto y Valdemoro, salirse ahora con que "somos la izquierda" es tan sorprendente como la pretensión de los nacionalistas catalanes de ser portavoces del sentir popular. Así, sin matices. Porque llamarse "de izquierdas" sería descriptivo, pero "ser la izquierda" incorpora un sentido excluyente para una representatividad, la suya, más que discutible y asimilable a la afirmación ultraterrena: "Yo soy el camino, la verdad y la vida. Quien cree en mí€".

El caso es que, como apuntó mi admirado Jorge Wagensberg, exdirector de la Fundación La Caixa, recientemente fugada, sólo se puede ser fanático de una idea que la realidad no pueda desmentir, lo que reza no sólo con independentistas y partidos políticos mayoritarios, porque Ciudadanos (¿centristas, dicen?) o Podemos (pueden decir cualquier cosa y su contraria con tal de hacerse con el poder y de ahí su nombre, deduzco: "Podemos€ llegar"), participan en un más de lo mismo que también incluye a las formaciones autonómicas y, para muestra, un Més (de lo mismo) abogando en Balears por un referéndum independentista, aunque tan aplazado (2030) que podría borrarse de su memoria y la nuestra antes de la fecha, haciendo del olvido -como para la mayoría de ellos- un impagable aliado (lo pagable, bajo mano, sigue otros derroteros).

Las contradicciones, defendía una conocida escritora, nos hacen productivos a no ser que por repetidas, como es el caso, terminen por envenenar el espíritu y en consecuencia el discurso, inmune a los hechos que puedan ponerlo en solfa -del de Puigdemont al de cualquier prócer en sus antípodas- y únicamente construido con base al rédito que puedan procurar las palabras que suelen ser, para todos, flores de un día.

Ese es "el relajo" a que aluden los mexicanos: hablar mucho para no decir casi nada y, en tales condiciones, no debe extrañar que los debates interminables, emplazamientos y salidas por la tangente, sólo produzcan hastío. Así se explican las ganas de irse a dar un paseo mientras discursean. O tomarse una birra en mejor compañía que la de esos charlatanes sin la menor gracia. ¡Y va para largo!

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