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Matías Vallés

Españoles y catalanes, israelíes y palestinos

Por supuesto que nadie confundiría a los españoles con israelíes ni a los catalanes con palestinos. A partir de ahí, se multiplican las semejanzas sobre la ardua convivencia entre seres mutuamente incompatibles, que comparten un mismo territorio pero que no pueden ni saludarse. Si se necesita más fuelle comparativo, la familia terrateniente de los Arafat y los multimillonarios herederos Pujol comparten el sabor transversal de la corrupción. Tampoco Netanyahu anda muy alejado de las apelaciones ultrapatrióticas emanadas de Madrid. Al primer ministro se le quedaría corto el 155, exigiría cuando menos la aplicación del 455 y sucesivos.

Los españoles y catalanes no consiguen ponerse de acuerdo ni en que están en desacuerdo. Tampoco se ponen al teléfono, han de recurrir a la arcaica tecnología epistolar. Por tanto, y tomando como modelo la iniciativa adoptada por israelíes y palestinos, procede montar unas negociaciones secretas en Oslo. Tras alcanzar un acuerdo de mínimos, Rajoy y Puigdemont se abrazarán a Donald Trump en el jardín de los rosales de la Casa Blanca, emulando a Rabin y a Arafat. Finalmente, el presidente del Gobierno y el titular de la Generalitat recibirán el Nobel de la Paz por sus desvelos en pos del sosiego.

Sin abandonar el juego de las equivalencias, la imagen de Estados Unidos invadiendo California, o de Alemania ocupando Baviera, resulta tan absurda como la idea de irrumpir en Cataluña para anular sus instituciones. Por lo visto, Pedro Sánchez huyó del Congreso para apoyar con más vigor a Rajoy desde el exterior. El PP, PSOE y Ciudadanos han pactado métodos drásticos para la sanación de tres millones de independentistas "abducidos", en la impecable definición jurídica del fiscal general reprobado incluso por los españoles.

La propuesta del PSOE para amordazar el canal autonómico catalán proyecta sin duda un nuevo mínimo en la calidad democrática de dicha formación, a la altura de la reunión a palos disputada en Ferraz un año atrás. Los socialistas pueden colocar al frente de TV3 a los dirigentes de la muy imparcial TVE, que sonrojarían a los responsables de Pravda. Con la particularidad de que la televisión estatal ha tratado con mayor virulencia al partido de Sánchez que su homónima catalana.

La contemplación del PSOE cerrando de hecho medios de comunicación, o reconvirtiendo a TV3 en la también ejemplar Telemadrid, no solo significa un dudoso movimiento a efectos reputacionales. La torpeza de Sánchez llega al extremo de olvidar que el PP puede implantar medidas paramilitares en Cataluña porque no se juega un solo voto en dicha comunidad, donde no puede empeorar. En cambio, el PSOE tiene feudos catalanes a defender. Los socialistas se entregan gratuitamente a los populares en el territorio donde se sustentaron las dos victorias de Zapatero, las últimas logradas por el partido que ahora combate con denuedo la libertad de expresión.

PP y PSOE, que han manipulado las televisiones estatales y autonómicas hasta convertirlas en irrecuperables, cargan ahora al unísono contra el canal regional de una tercera formación política. Que además supera en audiencia, el criterio televisivo imperante, a todas las cadenas adoctrinadoras puestas en marcha por el bipartidismo. Es decir, la intervención se producirá porque TV3 realiza su trabajo a entera satisfacción de su público. Dado que Cataluña solo es un precedente, populares y socialistas no necesitarán cerrar las televisiones autonómicas de seguimiento desfalleciente, cuando ocupen nuevas autonomías en su gira triunfal.

El pasaporte para aplicar el 155 con los ojos vendados es el Senado inservible. Así lo consideraba Albert Rivera hace solo un año, cuando aprovechaba las campañas electorales superpuestas para clamar contra la continuidad de la cámara alta. Ciudadanos proponía la sustitución del vetusto foro por un consejo de presidente de comunidades autónomas, que seguramente se mostrarían menos entusiasmados con la supresión de las competencias de uno de sus pares. La renacida invocación senatorial es otra prueba de la coherencia del partido situado ahora mismo a la derecha del PP.

La ocupación de una de las porciones más significativas de su territorio debe entenderse como un fracaso del Estado. La implantación del 155 sin que haya mediado una sola conversación entre los implicados, aporta una lección de estupor. La intervención de medios de comunicación es en sí misma un atentado.

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