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Pilar Garcés

El desliz

Pilar Garcés

El depredador de las estrellas

En los primeros 90 del siglo pasado, Palma tenía una política cultural. Al frente se encontraba el añorado Nicolau Llaneras, un socialista ilustrado que acercó a los ciudadanos productos de todas las disciplinas que hoy nos parecen inalcanzables. También sufrió una calamidad. Fue la colección Moré, un conjunto de cien piezas artísticas de primeros espadas ( Picasso, Chagall, Magritte? e incluso Van Gogh) propiedad de un pintor de Elche y que el Ayuntamiento colgó en el Solleric por Navidad, con alabanzas al modesto mecenas que con trabajo ímprobo había reunido semejante patrimonio, y conocido a algunos de los genios que luego le regalaron sus obras. El tal Paco Moré resultó ser un gran fabulador y su colección falsa y compuesta de copias, como se supo cuando ni tan siquiera había concluido el plazo de la muestra, que en su catálogo invitaba a los visitantes a deleitarse "y saborear el gozo del arte verdadero". El Ayuntamiento pidió excusas a los palmesanos, un mea culpa sin paliativos por haberse dejado engañar. Con un sentido del humor a prueba de bombas, el también psiquiatra Llaneras comentó que el asunto era más enojoso e imperdonable porque quienes percibieron un impacto místico tras situarse ante lo que creían magníficas pinturas se sentían frustrados y humillados al conocer que habían sublimado sus espíritus gracias a meras falsificaciones. Y les invitaba a quedarse al menos con esa experiencia artística, que sí era genuina. Me he acordado de esta recomendación de Colau Llaneras estos días que ha estallado el escándalo de Harvey Weinstein, el poderoso productor de Hollywood caído en desgracia al publicarse en la prensa su condición de acosador sexual recurrente.

Historias de superación como El discurso del Rey o El indomable Will Hunting. Bellísimas narraciones como El paciente inglés, Smoke o Mi semana con Marilyn. No sé si voy a poder separar productos como Clerks o The Artist del tipo destestable que los impulsó. El que se mostraba medio desnudo ante actrices, empleadas de sus productoras Miramax o Weinstein, o periodistas y las conminaba a complacerle so pena de perder sus trabajos. Un abusador de cuidado, protegido por los suyos, la plana mayor de empresarios y actores de Hollywood, que debían considerar su faceta de depredador de mujeres como un aspecto más de su personalidad, como ser vegetariano o aficionado al rugby. Un defectillo perdonable, sobre el que extender esa capa de complicidad y silencio que se da en tantos ámbitos de las relaciones laborales. No sé si voy a volver a deleitarme con S hakespeare in Love ahora que sé que Gwyneth Paltrow fue perseguida durante todo el rodaje y la promoción para que se dejara manosear por el que ponía la pasta. El reportaje que ha sacado a la luz los trapos sucios de Weinstein expone que llegó a acuerdos extrajudiciales económicos con una decena de víctimas que amenazaron con denunciarle, que paró investigaciones periodísticas chantajeando a los medios con la publicidad, y que descabalgó de proyectos a las actrices y modelos que no se avenían a mantener relaciones sexuales con él. Mientras, producía la trilogía de El Señor de los Anillos, Pulp Fiction o Malditos Bastardos, o distribuía películas de Pedro Almodóvar y documentales de Michael Moore. Un tipo despreciable, con enorme capacidad de trabajo y distinciones como la Legión de Honor de Francia y la Orden del Imperio Británico, un benefactor de Hillary Clinton. Tan listo que incluso desde el ostracismo es capaz de comprar los derechos de la bomba periodística de The New York Times que le ha hundido, y hacer otra Spotlight que gane un Oscar, y nos haga soñar con que los abusadores machistas a veces son cazados y pagan por sus delitos.

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