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Previsiones

Según los expertos entrevistados por una renombrada consultora, al sistema de pensiones español no le quedan más de diez años de existencia. Es más: sobrepasa el cuarenta por ciento el número de los que opinan que la cosa no durará más de cinco años. Parece que últimamente se nos acumulan las alegrías. Predominan los partidarios de un cambio de modelo, y abundan quienes promueven la pronta obligatoriedad de complementar las pensiones públicas contratando planes privados. Pero lo que vuelve a sorprenderme es la naturalidad con que muchos sugieren aumentar la edad de jubilación. Por lo visto, habría que subirla al menos hasta los setenta años, pero ni se menciona siquiera la posibilidad de que autoridades y agentes económicos se comprometan en el fomento del empleo digno. La perspectiva de una tercera edad que continúe trabajando sin tener detrás un tejido laboral saneado me resulta difícil de asimilar. Y, sobre todo, me preocupa el panorama futuro de esas generaciones que ya viven instaladas en un modelo basado en los contratos-basura, los empleos precarios y el trapicheo puro y duro, y que así vería eternizarse su situación. ¿Qué condiciones se le ofrece al relevo natural de sus mayores? ¿Y qué porvenir nos espera a todos?

Se anuncia la inminente emisión de la serie documental Blue Planet en su segunda entrega, dieciséis años después de la primera. Su cabeza visible, Sir David Attenborough, denuncia esta vez el pernicioso efecto que los plásticos causan en mares y océanos, e insiste en que se actúe sin demora para conjurar la amenaza que, junto al calentamiento de las aguas, suponen para la fauna marina las toneladas de plásticos que flotan ya a miles de millas de los continentes. Según Attenborough, aunque resulta difícil precisar qué acción concreta podría invertir la tendencia al aumento de la temperatura, sí que pueden tomarse medidas contra el abuso cotidiano de los plásticos. El veterano naturalista insiste en algo de sobra conocido: que todo cuanto se hace en cualquier punto de la tierra repercute en los océanos. Quizá las imágenes de Blue Planet, que se verán en más de treinta países, sirvan para concienciar a una humanidad que parece empeñada en desoír los avisos del mundo. Un mundo que grita cada vez más fuerte y, acaso, más encolerizado.

Cuando lean estas líneas ya se sabrá, entre otras cosas, cuál ha sido el fallo del premio Planeta. Y quizá también, si se ha aclarado algo en el acertijo catalán, que, como las mudables imágenes de un caleidoscopio, tan pronto se cubría con los ampulosos ropajes de la tragedia como se ceñía los arrastrados harapos del sainete, mientras los espectadores, preocupados y nerviosos, intentaban mantener sacar algo en limpio. Igual que en la película El ilusionista, se nos han aparecido siluetas con aspecto de cuerpos, cuerpos que se desvanecían en el éter y conceptos que eran, al tiempo, una cosa y su contraria. ¿Ha terminado ya el número?

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