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Figuraciones mías

Por caridad

Por alguna razón que desconozco, pero que de seguro existe, los semáforos de la calle Jesús son los más demandados por los mendigos que ejercen en Palma. Digo mendigos a sabiendas de que es un término galdosiano e imagino que políticamente incorrecto. Quizás debería emplear ´menesteroso´ o ´indigente´ o simplemente ´pobre´. Ha llegado un punto en que el lenguaje se ha convertido para los hablantes en un campo de minas: estás conversando tranquilamente cuando ¡Pum! te estalla en la cara la mina del sexismo o ¡Pum! la mina del racismo te ha arrancado media lengua.

Así pues diré que los semáforos de la calle Jesús son los más demandados por las personas en situación de precariedad y de exclusión temporal o permanente de los engranajes sociales. Señores con gorra y un cartel que reza "Soy diabético", violinistas de instrumentos sin cuerdas y parejas de jóvenes que ejecutan malabares: me refiero a ellos.

A menudo observo cómo su presencia violenta a los conductores, que adelantan el vehículo para que el mendigo pase de largo, o fingen consultar la pantalla del móvil. Yo, que me detengo en los semáforos de la calle Jesús tres o cuatro veces al día, lo paso fatal. El tema de la limosna ( o ayuda o dádiva) me obliga a revisar mis creencias acerca del prójimo desfavorecido cuatro veces al día. Si no me rasco el bolsillo, me siento culpable, me tengo por egoísta y trato de recordar que, muchas veces, tu posición en el mundo no es más que una cuestión de suerte. ¿Y si fuera yo la que tuviera que pedir en las esquinas?¿Cómo miraría a los privilegiados sentados al volante de un coche?

Entonces rebusco en la guantera, encuentro un euro y se lo entrego. Pero, curiosamente, también aparece la culpabilidad: ¿Y si con mi aportación no hago sino contribuir a que esa persona perpetúe una situación precaria? ¿No sería más ético forzarla a acudir a las instituciones? Sólo con la ayuda de los profesionales que pagamos entre todos podrá esta persona hacerse con las herramientas que le permitan salir adelante, ¿no?

Y así voy trampeando, diciéndome "Haz el bien y no mires a quién" cuando acompaño al niño al cole y "La caridad daña el orgullo de quien la recibe" al volver a casa y "Dale un euro, Sabina, que igual le supone la diferencia entre cenar o no cenar" cuando me dirijo al trabajo y "Paso. Con los impuestos que pago todas estas necesidades tendrían que estar más que atendidas" cuando regreso a casa.

Hay noches, antes de dormirme, en las que me doy cuenta de que esos minutos frente al semáforo en rojo han sido los únicos que he dedicado en toda la jornada a pensar en algo parecido a unos principios de conducta, a unas normas morales. ¿Ha servido para algo? me pregunto; no, me respondo. Mis ideas y creencias son erráticas, no estoy segura de nada, vivo con cada vez menos convicciones. Solía pensar que a los cincuenta años la niebla se habría disuelto y se levantaría, resplandeciente, el sol de las certezas. Hay unos señores en la calle Jesús que me recuerdan cada día que esto se pone cada vez más oscuro. disuelto y se levantaría, resplandeciente, el sol de las certezas. Hay unos señores en la calle Jesús que me recuerdan cada día que esto se pone cada vez más oscuro.

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