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Antonio Papell

Defensa del régimen de 78

Durante los rifirrafes parlamentarios de esas últimas semanas hemos escuchado improperios más o menos explícitos contra el régimen del 78, es decir, contra la Constitución de 1978, que compendió el espíritu de síntesis de la Transición y ha servido de base a cuarenta años de convivencia en paz y libertad, que han llevado al país a cotas de prosperidad inimaginables entonces y que nos ha homologado con las grandes democracias de nuestro entorno. No se puede decir con fundamento -y, de hecho, nadie se atreve a decirlo de forma rotunda— que nuestro sistema constitucional es peor, o más imperfecto, o menos sólido que el francés, el alemán, el norteamericano o el sueco Estamos en la franja alta de la civilización occidental, lo que no significa obviamente que nuestra democracia sea perfecta: no hay sistemas perfectos porque ninguna obra human lo es.

Objetivado lo anterior, detengámonos en las críticas que se le formulan. La principal, muy jaleada por Podemos y sus variopintos teóricos, se refiere a la supuesta ilegitimidad de su génesis. Aquella Constitución habría sido fruto de la maquinación de los últimos sectores del franquismo, que, detentando todavía un gran poder real y una manifiesta influencia, pactaron con los (cobardes) sectores progresistas su propia impunidad a través de un régimen que no exigiera rendiciones de cuentas.

Tal enunciado es radicalmente falso, como han explicado ya politólogos e historiadores que ha consolidado un relato fehaciente y veraz de lo acontecido. Es evidente que un sector del franquismo, del que Adolfo Suárez era representante caracterizado, comprendió la necesidad de construir de la forma menos onerosa posible un régimen democrático sobre las cenizas de la dictadura, y emprendió junto al rey, también proveniente del régimen anterior, la erección de una democracia plenamente homologable con las europeas y que fuese el resultado de un gran consenso. Las formaciones progresistas, primero reacias a la propuesta, terminaron aceptando pragmáticamente participar en un proceso de consenso que resultó democráticamente impecable. Y cualquiera que haya tenido cierta inquietud intelectual habrá podido comprobar que nuestra carta magna nació inspirada por las grandes Constituciones europeas, a veces transcritas literalmente en algunos apartados. Aquel proceso de confluencia de personalidades del régimen anterior y de la oposición tanto interna como externa a la dictadura fue acompañado de las oportunas amnistías, que saldaron todas las cuentas políticas pendientes.

Es cierto que las víctimas de la dictadura no fueron quizá resarcidas como merecían, pero los actores de entonces tuvieron mayor empeño en construir el futuro que en zanjar el pasado. Un pasado que obviamente no podía reproducirse íntegramente porque había transcurrido mucho tiempo, una dictadura y una guerra mundial, que había cambiado muchas de las perspectivas. De cualquier modo, no es inteligible que ahora, cuarenta años después, se pretenda objetar la calidad del régimen constitucional con argumentos arcaicos. La realidad es que los autores de aquel modelo atinaron absolutamente, y prueba de ello ha sido la evolución posterior del país.

En efecto, el régimen del 78 ha permitido construir un Estado moderno y próspero. Ha permitido gobernar sin problemas a la derecha y a la izquierda democráticas. Ha dado voz y presencia a las minorías, tanto estatales como periféricas. Y, se quiera reconocer o no, ha representado bastante bien a las distintas sensibilidades territoriales. Incluso Cataluña se ha sentido cómoda en España durante décadas, hasta que el fanatismo ultranacionalista y determinados errores inocultables del propio Estado han sembrado la ponzoña que ha creado el gran malestar.

De cualquier modo, a quienes hoy hablan con desprecio del "régimen del 78" hay que preguntarles acto seguido -y que obligarles a responder sin demora- qué otro régimen erigirían en su lugar. No vaya a ser que alguno sienta todavía nostalgia del experimento venezolano. Porque muchos pensamos que la Constitución del 78, obviamente reformable y actualizable, no tiene alternativa.

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