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Ramón Aguiló

Sopa de ganso

En las últimas semanas se han producido en Cataluña toda una serie de situaciones propias de una farsa política y con unos personajes que podrían protagonizar una película de los Hermanos Marx

Permítanme, a la vista del golpe de Estado del nacionalismo catalán, y, a pesar del dramatismo de la situación, recurrir al surrealismo de los Hermanos Marx en Sopa de ganso, cuyo original en inglés, Duck Soup, en argot significa "algo fácil de hacer", para intentar reflejar la farsa política desarrollada en Cataluña desde el año 2014. Puigdemont podía representar el papel de un Rufus T. Firefly, algo menos gracioso que Groucho Marx, presidente de Freedonia, pero igual de surrealista. Rajoy podría representar al embajador barbado de Sylvania, país agresor al que Rufus zarandea cuanto puede; y el papel de Gloria Teasedale (Margaret Dumont) podría ser representado por Pilar Rahola. Que la independencia era fácil de hacer era consecuencia de la superioridad de los catalanes sobre el resto de españoles; de que, como decía Pujols a principios del siglo XX, llegaría un día en que los catalanes viajarían por el mundo y lo tendrían todo pagado; y así, el proceso soberanista sería apoyado por Europa, porque Europa no podría prescindir de Cataluña y, no solamente no se iban a ir las empresas con la independencia, sino que se darían de bofetadas para instalarse en ella. La cuestión era si ese Groucho carlista fanático llamado Puigdemont podría imponerse a un adversario llamado Rajoy, procedente, no de Sylvania, sino de Galicia.

Han jugado al gato y al ratón durante una larga temporada. Cuando Puigdemont convocaba el referéndum, Rajoy lo denunciaba ante el Tribunal Constitucional, que lo suspendía; y así todos y cada uno de los pasos que daba el govern catalán, como los plenos alucinantes del seis y siete de setiembre donde se aprobaron la ley del Referéndum y la ley de Transitoriedad. Y así se celebró un referéndum el uno de octubre que no era un referéndum. Y una sindicatura electoral que fue disuelta por el propio govern por miedo a las multas. Y unas urnas que en vez de estar custodiadas por una administración electoral estaban guardadas en casas particulares. Y unos policías que, en vez de obedecer a los jueces, lo hacían a los sediciosos. Y otros policías que molían a palos a los que querían evitar que se llevaran las urnas ilegales. Los que no se resignaron a votar una sola vez pudieron repetir cuanto quisieron. Nadie sabe quién procedió al recuento. Y salió Rajoy a decir que no había habido referéndum. Y los ciudadanos alucinaron. El allegro con brio surrealista (los trastornos psicológicos se contagian) llegó cuando el Tribunal Constitucional (TC) suspendió el pleno no convocado del lunes pasado en que, de acuerdo con la ley aprobada, debían darse a conocer los resultados del referéndum por la sindicatura disuelta y, si se daba la victoria del sí, automáticamente, proclamar la república catalana. Lo extremadamente curioso, y extravagante, es que un Parlament que se ha situado fuera de la legalidad al vulnerar la Constitución, el estatut y su propio reglamento (en palabras de las cuatro asociaciones de jueces, una autoridad que se rebela contra la norma constitucional que la legitima pierde el carácter de autoridad y no tiene que ser obedecida; la desobediencia que desprecia las normas jurídicas que protegen la disidencia no es un acto heroico, sino totalitario), se muestre, simultáneamente, hilando tan fino para no vulnerar la suspensión del TC y convocar un pleno ordinario el martes para que Puigdemont hable de la situación política; en realidad de la proclamación de la república. Y llegó la respuesta bajo la forma de la huida a Madrid, Valencia y Palma, de corporaciones como CaixaBank, Banco de Sabadell, Fundación de la Caixa, Aguas de Barcelona, Planeta, Abertis, etc. Y una gigantesca manifestación en Barcelona por la unidad de España, donde Vargas recordó que el nacionalismo es la peor de las pasiones, que deslegitimó la pretensión del nacionalismo de hablar en nombre del pueblo catalán.

El pleno del martes 10 de octubre significó el culmen del surrealismo con la intervención de Puigdemont: "Asumo el mandato del pueblo de que Cataluña se convierta en un Estado independiente en forma de república". A continuación: "Propongo que el Parlament suspenda los efectos de la declaración de independencia para que las próximas semanas emprendamos el diálogo". Como dijo Iceta, "¿cómo se puede proceder a la suspensión de una declaración que no se ha proclamado?". ¿Cómo se puede entender que el Parlament haya suspendido una declaración automática, según la ley del referéndum, sin que se haya producido ninguna votación? ¿Cómo se puede entender esta suspensión cuando, finalizado el pleno, se suscribió por los setenta y dos diputados independentistas un documento político en el que Puigdemont, su govern, Junts pel Sí, incluyendo a Carmen Forcadell, y la CUP afirman: "Nosotros, representantes democráticos del pueblo de Cataluña, en el libre ejercicio del derecho de autodeterminación, y de acuerdo con el mandato recibido de la ciudadanía de Cataluña, 'Constituimos la República catalana, como Estado independiente y soberano, de derecho, democrático y social'". Lo que vaya a suceder en las próximas semanas nadie lo sabe, pero es preciso contrastar lo que dice Puigdemont con lo que ha dicho Rajoy: "Tengo la total y absoluta certeza de que el gobierno va a impedir que cualquier declaración de independencia se pueda plasmar en algo". Por lo que es dudoso que, en la medida en que no se produzca esa plasmación, no continúe el señor Rajoy alimentando la esperanza de que, sin necesidad de hacer nada, los nacionalistas golpistas se transfiguren en demócratas. Más surrealismo que en Sopa de ganso.

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