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Antonio Papell

Cataluña: mediación, diálogo y reencuentro

Los catalanes tienen ante sí un grave dilema: el que cabe establecer entre una independencia deseada por, como máximo, la mitad de los ciudadanos, obtenida con violencia por la ruptura constitucional que supondría y generadora de una fractura interna de muy difícil costura, y una serie de reformas del modelo constitucional que mitiguen la disconformidad de los disidentes y faciliten la concordia interna en Cataluña y entre Cataluña y el resto del Estado.

En esta disyuntiva, parecería sensato optar por la segunda opción, que es mucho más inclusiva, y ya parece que lo que primero fue obstinada decisión de ruptura está dando algunos esperanzadores síntomas de inclinarse hacia la búsqueda de una negociación que, a medio plazo, restaure los puentes, disipe los agravios imaginarios o reales, proporcione un nuevo marco de convivencia que resulte habitable por todos durante otros cuarenta años como mínimo. Esto es lo que ha parecido desprenderse de los últimos indicios: suspensión ambigua y pintoresca de la declaración de independencia, quiebra de la relación entre JxS y la CUP, movimientos expresivos en el seno del nacionalismo, etc. Habrá que ver qué responde Puigdemont al requerimiento del Gobierno y en qué tono para valorar la realidad de la situación.

Para avanzar en esta dirección, los soberanistas (y Podemos) han propuesto una mediación, que debe rechazarse de plano. Se puede mediar legítima y eficazmente entre discrepantes cuando se quiere conciliar puntos de vista distintos, intereses diversos? Pero no es posible ni razonable intentarlo cuando el disenso es entre quienes están instalados legítimamente en un marco legal y quienes han salido de él consciente y voluntariamente.

El rencuentro debe pues, conseguirse por otras vías, que son las de la confianza y el diálogo. Diálogo que requiere en Cataluña nuevos interlocutores porque el soberanismo catalán -los Puigdemont, Junqueras, Forcadell„ han ido demasiado lejos como para que ahora puedan defender otras vías de avance. Quien se arriesga a utilizar la técnica del golpe de Estado sabe que, si pierde, será descabezado políticamente (de forma mucho más expeditiva y literal en el pasado). La confianza podrían perseguirla nuevos líderes del catalanismo democrático, personalidades que deberían obtener una legitimación electoral cuanto antes.

Quiere decirse, en fin, que si Puigdemont y los suyos -con independencia de la CUP, que juega a otras cosas„ creen que su estrategia ha llegado al límite y que a partir de aquí ya todo sería destructivo en exceso para Cataluña y para ellos mismos, lo "patriótico" y razonable sería responder al requerimiento del Gobierno con la paladina declaración de que ha finiquitado el experimento referendario, con el anuncio de la disolución de la cámara catalana y la convocatoria de elecciones. Unas elecciones cuya principal virtualidad ya no sería la de ver si hay o no una mayoría soberanista (es claro que el soberanismo democrático, sin la CUP, no puede ni soñar en conseguirla en este momento) sino para designar a unos interlocutores que se sienten a negociar con el Estado esa reforma constitucional que ya han pactado Rajoy y Sánchez, que debe llenar de contenido el vacío del Título VIII de la Constitución y alumbrar un régimen más moderno, bien descentralizado, federalizante, racional, cómodo para todos, con una equidad paccionada y en que los sentimientos "nacionales" puedan ser encauzados y satisfechos.

Se ha sugerido en algunos medios -lo ha hecho Manuel Conthe en su blog, por ejemplo- la constitución de una comisión de expertos - Miquel Roca, Josep Borrell, Josep Piqué„ que podría iluminar el camino a los parlamentarios, dueños de la soberanía popular, que habrían de ser en todo caso los autores y responsables del prodigio. Tal artificio, al que podrían incorporarse otras personalidades como Antón Costas, Francesc de Carreras, Santos Juliá, etc., podría sin duda contribuir a ablandar las corazas con que irán provistos quienes se han enfrentado con encono hasta ahora. Los caminos existen, pues. Lo que hay que acreditar ahora es voluntad de recorrerlos.

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